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Gallegos frente a frente en la batalla de Moscú

La experiencia de tres gallegos que lucharon en bandos antagónicos en la batalla de Moscú, el dantesco episodio bélico del que se van a cumplir 75 años y en el que murieron dos millones de combatientes

Gallegos frente a frente en la batalla de Moscú

La batalla de Moscú, de la que se cumplirá el 75 aniversario el próximo año, uno de los episodios bélicos más encarnizados de la historia, en la que murieron dos millones y medio de combatientes, fue el verdadero punto de inflexión de la II Guerra Mundial y marcó militarmente el comienzo del declive en los planes de Hitler para erigir un imperio nazi desde Europa occidental hasta Asia Central. Esta derrota, la primera que se infligía al invicto ejército germano que ocupaba casi toda Europa, desvaneció el mito de invencibilidad de la Wermacht. Los historiadores auguran para 2016 una andanada de publicaciones que podrían desvelar por primera vez importantes documentos desclasificados de los archivos nunca abiertos de la época de Stalin.

Este reportaje tiene sin embargo otro objetivo. Rememora el sufrimiento de tantos gallegos que vivieron ese terrible episodio bélico en bandos antagónicos, republicanos exiliados tras la guerra civil española, muchos de ellos los llamados niños de la guerra, y combatientes de la División Azul enviada por Franco en poyo de las tropas alemanas del frente ruso .

Cuando el periodista ruso de ascendencia gallega Alejandro Rey publicó años atrás en un periódico soviético el testimonio de un exiliado republicano español que, tras combatir en la II Guerra Mundial desde Moscú hasta Berlín y sobrevivir a 20 millones de muertos en el camino, cayó de bruces llorando ante la puerta de Brandenburgo al no poder seguir hasta España, seguramente pensaba en su padre, el ex marino republicano Avelino Rey Carro, un mecánico del extrarradio moscovita que no paraba de hablar de una lejana tierra llamada Ferrol.

Llegado a Galicia en 1993 después de medio siglo de exilio en Rusia, el ferrolano Rey Carro, fallecido hace dos años, figuró entre los estoicos combatientes que impidieron la entrada de los temibles panzer nazis del general Guderian en Moscú y recordaba que la defensa del Kremlin fue encomendada a una división soviética formada por alemanes espartaquistas y republicanos españoles.

El rugido del vertiginoso viento de la historia en cuyo torbellino se arremolina el eco de acontecimientos que cambiaron el rumbo del mundo y la vida de millones de personas ya no se deja oír en un humilde cuarto de Krasnodar, donde el último niño gallego de la guerra que permanece en Rusia, el pontevedrés Antonio Rey Pereira, afronta sus últimos años con la utópica perspectiva de volver alguna vez a su tierra.

Una ilustración de la mítica batalla de Moscú entre las tropas soviéticas y el Ejército nazi. // FDV

Una borrosa imagen de Stalin comparte en ocasiones los ondulantes recuerdos del mar de Bueu en los sueños que pueblan las noches invernales de Antonio, que solo tenía 6 años cuando los avatares de la Guerra Civil lo arrancaron de su familia para depositarlo en una gélida casa de acogida en Leningrado.

"Me acuerdo perfectamente del día que murió Stalin, el 5 de marzo de 1953. La gente lloraba por las calles, aunque también había quien no lo podía ver. Dependía de la vida que te hubiese tocado vivir. Para los españoles, él no hizo nada malo. A los niños nos metió en las casas de acogida y se preocupaban de nosotros como podían, porque eran tiempos muy duros. Pero había niños rusos que no recibían lo que nos daban a nosotros. Yo tenía 9 años cuando los alemanes atacaron Moscú y cavaba fosas como un hombre. La mía fue una vida de privaciones, pero el simple hecho de sobrevivir era difícil para alguien que en aquellos años estaba aquí sin un padre ni una madre", recuerda.

Antonio carece de memoria anterior a su llegada a Leningrado. Sus recuerdos comienzan en un puerto ruso donde la aviación alemana bombardeaba y hundía el barco contiguo al suyo, en el que acababa de desembarcar procedente de Gijón.

"Mis primeros años están en blanco, aunque en mis sueños siempre veo el mar de Bueu. Lo veo nítido como si me hubiera ido ayer, pero es lo único que me queda. Sé que mi familia eran marineros, pero no me acuerdo de nada. Mi madre nos entregó a dos hermanos para que nos enviaran a Rusia y de mi padre me contaron poco, parece que era republicano y que murió en la Guerra Civil. El hermano que vino conmigo a Rusia, Aquilino, murió muy pronto ahogado en el río Volga".

Una imagen de la batalla de Moscú. // FDV

Antonio Rey trabajó 42 años como mecánico y fue uno de los millones de esforzados trabajadores que reconstruyeron la URSS después de la guerra mundial. Ahora sobrevive a duras penas con su mujer y sus dos hijos con una mísera pensión de 40 dólares al mes. "Con la pensión de aquí no se puede vivir. Recibimos una ayuda española de 600 dólares cada semestre, que tampoco es gran cosa, pero al menos nos evita morir de hambre", se lamenta.

Antonio opina que con los soviéticos se vivía mejor que en la nueva Rusia, aunque deja entrever con galaica resignación que la estrechez ha sido siempre una constante de la vida en Rusia. Antes y ahora. "En la URSS había dinero, pero no había qué comprar. Ahora hay de todo, pero el dinero no te alcanza para comprar nada".

En la misma ciudad en la que vive Antonio Rey, Krasnodar, permanece otro gallego, el arousano Federico Toval del Río, de 80 años. Federico no es un niño de la guerra, sino la víctima de una jugarreta del azar. En 1940 se apuntó a aquella División Azul que pretendía ocupar la Unión Soviética para Hitler, y, tras ser uno de los pocos supervivientes de once años de cautiverio en el Gulag, acabó paradójicamente convertido en un ciudadano ruso más.

"Yo me apunté a aquella locura con 19 años. No sabía lo que era una guerra. No lo hice por convencimiento, sino por escapar de la pobreza en la que estaba mi familia; andábamos todos descalzos como pordioseros. Franco y Alemania nos ofrecieron una paga por ir a combatir contra los rusos, pero nunca la llegué a ver. Cuando estábamos cerca de Moscú, le pegaron un tiro a un compañero que era también de Vilagarcía. Lo subieron a una ambulancia y mientras se alejaba, me gritaba: ´¡Vente, Federico, vente!´. Intenté subirme para huir de aquel infierno, pero un teniente de Logroño me puso la pistola en la sien y me obligó a quedarme allí, solo. Me refugié en una cabaña y a la mañana siguiente desperté con un puñal en la garganta. Eran los soviéticos", recuerda Federico Toval.

Una imagen de la batalla de Moscú. // FDV

En once años de cautividad en los que pasó por media docena de campos de concentración, Federico conoció todos los grados del horror. "Una sopilla y 200 gramos de pan fueron nuestra ración durante los primeros 4 o 5 años. Te morías de hambre. Tanto, que un compañero se murió al tragarse la lengua por intentar comer hierba. Pero las calamidades de los españoles no eran nada comparadas con las de los alemanes prisioneros: morían como ratas, a miles". Federico abandonó el cautiverio al año siguiente de la muerte de Stalin, al que considera una gran persona, por mucho que digan ahora contra él". "A los españoles siempre nos trataron bien, yo no puedo hablar mal de los rusos", confiesa, tras haber asumido a sus 80 años que jamás se irá de este país que en un tiempo lejano vino a combatir. "Yo supe aquel día de 1941, cuando me cogieron prisionero, que mi tumba estaba cavada en Rusia".

"Fue la vida que me tocó vivir: terminar una guerra y empezar otra. Fuimos una generación muy castigada. Yo combatí en Moscú y en el Cáucaso y asistí a verdaderas carnicerías: en las afueras de Moscú morían a diario cien mil soldados. La gente iba al combate a sabiendas de que no volvería. Pero se combatía", recordaba con orgullo Avelino Rey Carro antes de fallecer a mediados de los 90.

En esos escenarios de muerte y horror, los milicianos españoles se ganarían una fama legendaria. "La defensa del Kremlin, cuando los nazis estaban a 200 metros del mausoleo de Lenin, fue encomendada a una división formada por alemanes espartaquistas y republicanos españoles. Alguno se enfrentó a los formidables tanques de Guderian sin más armas que una botella incendiaria de gasolina".

Varios gallegos participaron en la toma de París que recordó Felipe VI

  • El rey Felipe VI descubrió el pasado miércoles en París una placa que recuerda a los soldados republicanos españoles que en agosto de 1944 fueron los primeros en combatir para liberar a la capital francesa de la ocupación nazi. Formaban parte de la Segunda División Blindada del general Leclerc, conocida como La Nueve, y en sus filas se encontraban varios gallegos, como Cariño López y Víctor Lantes.Tras combatir con los republicanos durante la Guerra Civil española, el anarquista Cariño López participó en el desembarco de Normandía y fue el soldado de la División Leclerc más condecorado. Se llamaba en realidad Ángel Rodríguez Leira y tomó el apodo en referencia a la localidad coruñesa de Cariño, donde había nacido.Como señala Evelyn Mesquida en su libro "La Nueve. Los españoles que liberaron París" (Ediciones B), Cariño López "era el tirador estrella del cañón antitanque del 57 (...) En lo más duro de la batalla de Ecouché estuvo durante 24 horas pegado a su cañón y en los enfrentamientos, en una ocasión con cinco tiros hizo saltar cinco vehículos alemanes que llegaron a su alcance". Tras la liberación de París, Cariño López continuó en La Nueve con la toma de Estrasburgo, y participó el 5 de mayo de 1945, a las órdenes del general Patton, en la toma del "Nido del Águila", la residencia de Hitler en los Alpes de Baviera.El coruñés Víctor Lantes, por su parte, recordaba así la liberación de París: "Cuando el general Leclerc consiguió la orden de avanzar hacia París, salimos de inmediato. Recorrimos los 270 kilómetros con el material pesado en apenas dos días (...) Cuando llegamos a Anthony, en las afueras de París, donde nos impedían avanzar, nos ocupamos de los morteros: tiramos unos veinte obuses y logramos pasar. Al abrir la brecha, Leclerc envío a La Nueve hacia París. Dronne y su infantería consiguieron llegar hasta el Ayuntamiento aquella misma noche".

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