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Vacaciones solidarias en Kimbo

Tres vigueses viajan a Uganda en una acción humanitaria para levantar una escuela y dar clase a cientos de niños. Su forma de ver la vida nunca será igual que antes de hacer "el mejor viaje de su vida

Se levantaban sobre las siete y media de la mañana. Cada día, un camión los recogía para viajar al poblado y trabajar. Era una zona rural, muy dispersa. Un gran prado de color verde intenso se extendía en el horizonte. El epicentro del paisaje era una construcción hecha a base de palos y maderas, una capilla que servía de escuela improvisada, con pupitres rústicos hechos con troncos y un pedazo de pizarra. También había una canasta y una portería. Allí construían una escuela y jugaban con los niños, a los que a veces enseñaban a dibujar, a hablar español o a frotarse las manos con jabón. En Kimbo anochecía temprano. A las 18 ya habían terminado su jornada. Algunos días, paseaban con otros cooperantes y repartían pan y azúcar a las familias con menos medios económicos.

Jaime Varela, Miguel de la Cerda y Andrés González, de 18 años, estudiaban en el colegio Montecastelo cuando asistieron a la charla del Colegio Mayor La Estila. Allí, entre otras cosas, les mostraron un vídeo sobre un programa de apoyo a la educación en Uganda, organizado por el Colegio Mayor La Estila y promovido por la ONG Kelim Foundation, junto con la Fundación Montecelo.

La forma en la que se veía a los monitores trabajar con los niños les animó y decidieron unirse a la iniciativa. Estos mismos monitores, adultos experimentados, fueron los encargados de guiarlos y enseñarles a trabajar en el entorno.

Los chicos ya habían participado como voluntarios en algunos proyectos de ámbito local, pero nunca habían salido al extranjero para un propósito así. En este caso, se unieron a otros once chicos gallegos rumbo a Uganda.

De esta iniciativa se beneficiarán de manera directa 100 familias y 400 niños de Gomba, el distrito en el que se encuentra la población de Kimbo. De modo indirecto, se auxiliará a más de 8.000 personas, entre las que se encuentran mujeres, jóvenes y niños.

Otros chicos de la edad de Andrés, Miguel y Jaime disfrutan de sus vacaciones en destinos de playa o sueñan con hacer el InterRail. Ellos decidieron dedicar tres semanas de su verano pre-universitario a una causa humanitaria.

Su forma de ver la vida nunca será igual que antes de hacer "el mejor viaje de su vida", tal y como explica Andrés, comentando: "Al volver nada es como antes, fue como un renacer".

Aunque su principal cometido era el de construir una escuela, a veces realizaban talleres con los niños de la escuela. De los 400 matriculados, solían asistir la mitad.

El estudiante aún conserva la imagen de los niños alejándose, oliéndose las manos, recién lavadas con gel, en el día en el que les enseñaron a enjabonárselas como rutina. La protección de afecciones transmitidas por estas bacterias adquiridas desde las manos con cualquier gesto, como meter los dedos en la boca, resulta muy relevante para estos niños. Además, el hecho de que coman con las manos, sin utensilios de cocina de uso generalizado en la sociedad occidental, propicia este contagio: "Un gesto tan cotidiano para nosotros, como frotarnos las manos con jabón para lavarlas, no la conocían. Eso para ellos es fundamental, porque impide el contagio de muchas enfermedades".

Tampoco habían pintado nunca con lápices de colores. Por ello, a veces, les enseñaban a dibujar. En algunas ocasiones, también jugaban con ellos, les enseñaban catequesis o algo de español.

Andrés relata sorprendido la rapidez con la que aprendieron español la jornada en la que les enseñaron un conjunto de vocabulario compuesto por 20 o 30 palabras: "Al día siguiente ya pronunciaban muchas palabras que les habíamos enseñado".

Al margen de lo enriquecedora que pudiera resultar la experiencia a nivel de desarrollo personas, Andrés siempre tuvo muy claro que el propósito del viaje era ayudar: "Aprendí yo más de ellos que cualquier cosa que yo les pueda haber enseñado, aunque también me llevo muchas cosas, como la solidaridad, la alegría o el cariño que me han transmitido y sobre todo, aprender a valorar las cosas de otra forma". Así, esta aventura le hizo cuestionarse aspectos de su forma de ser: "Si no te das cuenta de cómo eres, nunca vas a mejorar". Es bueno hacer una reflexión para cambiar cosas de ti". Comenta que en un entorno como Kimbo: "Notas tus flaquezas, se revelan muchos aspectos de ti, te conoces mejor a ti mismo. Tus debilidades, tus defectos, tus caprichos, tu egoísmo. Notas también tu individualismo".

El año que viene, Andrés estudiará Ingeniería Aeroespacial en Madrid, pero en verano pretende volver como cooperante. Si no puede ir Uganda de nuevo, según indica, "La perla de África y la zona más bonita de África", a cualquier otro país en el que necesiten ayuda.

Jaime participará igualmente durante el próximo verano en una actuación similar. Para él, el viaje a Kimbo también fue su primera experiencia como voluntario en acciones humanitarias en África. Ya había ayudado mediante su escuela en residencias de ancianos y en otro tipo de iniciativas locales.

Su primera definición sobre el proyecto es: "Fue una experiencia bonita, enriquecedora".

Al igual que su compañero Andrés, el voluntario destaca la nueva mentalidad con la que llegó tras el viaje: "Aprecias mucho más las cosas que tienes. Ellos no tienen nada y son súper felices". También comenta cómo un simple obsequio que les ofrezcas los agrada: "Un chupa o un mínimo regalo que les des los haces felices, ya están contentos. Aquí estamos acostumbrados a unas facilidades que en ocasiones no valoramos, como el acceso la tecnologías". Esta visión también la comparte Miguel, a la vez que destaca el afán de trabajo y de ayuda a los demás que observó en el poblado. Allí, más que agradecer lo que recibían, destacaban por su generosidad. En una ocasión, durante el descanso de la comida, Jaime se quedó perplejo al recibir un regalo por parte de los locales: "Nos regalaban la poca comida que tenían para llevar al colegio, un día quisieron darnos un aguacate. Siempre intentaban compartir y ayudar", expresa Jaime intentando retratar la solidaridad que percibió en Kimbo.

Al preguntar a Jaime si sintió miedo en los momentos previos al viaje, puntualiza: "Tenía muchas ganas de ir. No tenía miedo, pero sí incertidumbre por no saber qué condiciones me encontraría allí". Al llevar allí unos días, comprendió la paradoja de aquel lugar. Desde aquí, se suele percibir como un entorno hostil, y adverso. En cierto modo, lo es, pero Jaime asegura: "Era un ambiente más seguro que el que creía que me encontraría. Era un sitio acogedor y en él no sentí inseguridad".

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