"No me lo puedo cree, no me lo puedo creer...", repetía ayer un joven de Chapela que conocía a Emilio Fernández. Para él, el presunto autor de la brutal explosión siempre había sido una "bellísima persona". El lunes del siniestro lo vio en torno a las doce del mediodía, aunque reconoce que ya no estaba como habitualmente. "No me saludó, no es normal; le dije ´Emilio, qué tal´ y él sólo contestó con la cabeza", cuenta. Estaba tomando un vino, un mencía, en un bar al que solía ir a diario. Allí lo vieron "como siempre". Después fue a otra cafetería y pidió la misma consumición. "Paró aquí, lo recuerdo porque me equivoqué al servirle, al principio le di un Nestea; estuvo ahí con su vino unos diez o quince minutos, todo el rato mirando para abajo y pensativo", relatan.

Mientras que María José trabajaba en Pescanova en Chapela, Emilio lo hacía en una filial de la mima compañía, Frinova, pero en Porriño y en horario nocturno. Conocidos cuentan que hacía labores de limpieza. En Chapela lo recuerdan con su moto, con la que había tenido un accidente hace más de un año. "Casi siempre llevaba cosas del Che en la ropa, le gustaba mucho", cuentan vecinos, que afirman que a diario iba a comprar el periódico para llevárselo a su madre, que reside en Cabeiro.

También lo conocían en su centro deportivo de Vigo, al que también llevaba al niño que tenía en común con María José. Deportista, bromista y siempre dispuesto a echar una mano. Así lo describían sus compañeros del Gimnasio Simón, lugar al que llevaba acudiendo desde hacía unos 20 años. Aficionado a las artes marciales, era habitual en las clases de full contact. El niño iba a judo.

Varias personas que los veían a menudo tenían la creencia de que, pese a la ruptura, se llevaba bien con María José. "No hace mucho que lo vi con ella, con la madre y con el niño", contaba una mujer.