"Nos prometimos que el año que viene, a mi vuelta, celebraríamos su recuperación. Logró sobrevivir al cáncer, pero no a una mala persona". Los amigos de Sesé, como llamaban cariñosamente a María José Mateo García, todavía no logran asimilar lo sucedido la noche del lunes, cuando presuntamente su expareja, Emilio Fernández Castro, hizo detonar dos bombonas de butano en el piso superior de la vivienda en la que ambos se encontraban.

Aunque la relación sentimental que mantenían había terminado meses atrás, conservaban un vínculo inalterable: un hijo en común de 8 años de edad. El pequeño residía con su madre en la casa calcinada en Camiño do Pousadouro, residencia que también compartía con su abuela "Chicha", su tía y sus dos primos, aunque el padre acudía a visitarlo asiduamente y lo llevaba a dar largos paseos en bicicleta. "Muchos de nosotros no nos enteramos de que habían roto hasta ayer. No conocíamos que tuvieran discusiones ni problemas. En más de una ocasión los vimos juntos tomando un pulpo en un bar de la zona, incluso con la madre de Sesé. Ella era un cielo y él un hombre muy reservado", afirman, todavía descolocados, sus vecinos.

Y es que la separación se produjo en un momento complicado para la mujer. A María José le fue diagnosticado un cáncer de mama que "la debilitó pero no le quitó la sonrisa y las ganas de vivir", explicaba ayer un familiar. Tras meses de lucha parecía que había logrado vencer al tumor. La propia víctima agradeció hace ya tiempo en su perfil de Facebook a todos sus familiares y amigos el cariño y dedicación con su enfermedad. "Quiero dar las gracias, primero a mi familia. Me llevaron de la mano, por los pasillos del miedo y la angustia cuando la palabra cáncer me dolía tanto; sin ellos estaría perdida[...]Gracias a la vida que me da tanto, mi médico es mi padre ahora, las enfermeras son unas profesionales maravillosas y aparte de sueros me dan sonrisas. Solo el amor es el arma de mi lucha".

Además de las pertinentes dolencias, el cáncer también obligó a María José a solicitar la baja en la empresa para la que trabajaba, Pescanova. Entró en la entidad pesquera ocupando el puesto que dejó su madre. Ejercía de delegada de la CIG en la antigua Frivipesca, en Chapela. Fue precisamente la encargada de reemplazarla en el cargo una de la últimas personas en hablar con ella antes de llegar a su vivienda y ser víctima de una presunta deflagración intencionada. "Te dejo que me está llamando éste (por su expareja) preguntándome dónde estoy". Con estas palabras despedía "Sesé" a su compañera mientras salía del supermercado en el que realizaba la compra. "Se la veía bien, contenta. Ahora parecía que tenía incluso una nueva pareja. No merecía esto, ni ella ni su familia. Son bellísimas personas", reconocía la dependienta del local.

Aunque su familia sí lleva residiendo más de medio siglo en Chapela, María José Mateo vivió durante muchos años en Sudamérica con el padre de sus dos hijos mayores, una chica y un chico. La joven vive actualmente en Gran Canaria y el varón, de 25 años, se había independizado a un piso en Vigo. Según precisó una conocida, el linaje de los Mateo había sumado recientemente un miembro al convertirse Sesé en abuela. Las lagrimas todavía inundaban los rostros de muchos de sus allegados, incrédulos ante el desgarrador suceso. "Parece tópico pero es que solo tengo palabras buenas para ella. Era trabajadora, limpia, educada, responsable, luchadora, tenaz...una chica excelente; de diez. Su madre estaba destrozada, pensaba que su hija estaba sola en casa y había sido un accidente. Nunca imaginó que a Emilio le pudiera pasar eso por la cabeza. Ahora que descanse que ya mucho tuvo que luchar en la vida".