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El relato de un superviviente vigués del terremoto de Ecuador

Borja Pascual: "El seísmo fue devastador, como una guerra"

El temblor sorprendió al ingeniero Borja Pascual Gefaell y a su novia Ximena en el interior de su coche parados en un semáforo: "En mi vida presencié una fuerza tan violenta; se nos cayó un edificio entero delante de nuestras narices"

Un semáforo en rojo tal vez salvó las vidas del vigués Borja Pascual Gefaell y la de su novia Ximena el sábado 16 de abril. Salían con su vehículo del centro comercial El Paseo de Manta (Ecuador) con el maletero cargado de compras cuando el disco encendió el oportuno color de parada obligatoria. Las agujas del reloj rozaban las siete de la tarde -doce de la mañana en España- cuando un terremoto de 7,8 grados de magnitud zarandeó de norte a sur la costa del país matando a más de 600 personas. La descripción que hace Borja de aquellos minutos en el interior del coche es la escenificación del pánico, de una angustia asfixiante, de la impotencia que sufre un ser humano ante la abrumadora fuerza de la naturaleza."Estábamos parados delante del semáforo y de repente el coche comenzó a moverse, balanceando de un lado para otro? Al principio pensé que eran unos tíos que querían atracarnos. No creí que fuera un temblor, hasta que Ximena comenzó a gritar '¡Terremoto, terremoto!!!'".

"En mi vida había presenciado una fuerza tan violenta. Estábamos impactados. Es que se nos cayó un edificio de tres plantas delante de nuestras narices levantando tal polvareda al desplomarse que apenas podíamos ver lo que estaba ocurriendo", recuerda. A partir de ese momento se desató la locura a su alrededor. La gente chillaba despavorida y desorientada; el asfalto de las calles levantado con el suministro de agua escupiendo al aire chorros de agua; postes del tendido eléctrico rotos de cuajo cruzando las avenidas ya a oscuras a esa hora del día; restos de los puestos de los comerciantes por todas partes, mezclados con los escombros de las casas destruidas; y los coches transitando en todas direcciones para escapar del crujido mortal de la tierra. "Era como el escenario de una guerra", narra este ingeniero de minas de 37 años que como hicieron tantos otros testigos de ese paisaje devastador, una vez conscientes de la envergadura de la catástrofe, la prioridad fue buscar a los suyos. Y él empezó por los familiares de Ximena que, por fortuna también, estaban ilesos.

Con epicentro entre Pedernales y Cojimíes (provincia de Manabí), la ciudad portuaria de Manta ha sido una de las zonas más castigadas el seísmo catalogado como el más fuerte y mortífero sufrido por el país desde 1987. "Yo no sé cómo conseguimos salir de allí. Todo era un caos. Gracias a Dios o a nuestro 4x4 circulamos sobre carreteras totalmente agujereadas, atravesadas de cables y tuberías, llenas de gente que no paraba de gritar y gritar", describe Borja. Todavía ayer seguía conmocionado al revivir aquel sobrecogedor recorrido por los estragos del terremoto en una urbe muy turística, pero con una importante industria pesquera y reputada universidad. De ahí que este puerto del Pacífico sea muy conocido entre vascos y gallegos tripulantes de atuneros, al igual que por los estudiantes.

Tan pronto llegó a su domicilio, alejado del centro de Manta y ubicado en un quinto piso -"el edificio estaba en pie pero el interior de nuestra vivienda estaba desecho"- Borja se preocupó por sus amigos, si estaban bien o necesitaban ayuda. Aunque a trompicones por lo maltrechas que quedaron las comunicaciones, pudo confirmar por el móvil que su círculo de amistades había sobrevivido al brutal seísmo."Gracias al chat del WhatsApp localizamos a Eleder y Guadalupe", cuenta. Él de A Coruña, ella de Lalín, estaban en una plaza, adonde el vigués se desplazó en su coche para recogerlos y trasladarlos "a una casa sólida", recalca. Así se aseguraba que estarían a salvo en caso de producirse réplicas, como de hecho, ocurrió. "Ayer [por este jueves] hubo otra de 6,3 grados", apunta.

Este ingeniero lleva tres años viviendo en Ecuador. Durante este tiempo participó en la construcción de una refinería de petróleo y en el de una estación de agua potable. Pendiente de nuevos contratos de trabajo, su intención ahora es ayudar en la reconstrucción de la zona. Dice que todavía duerme mucha gente en la calle apostada frente a sus casas. O mejor dicho, de lo que queda de ellas. "Por el pillaje, no quieren salir de allí; sus pertenencias están sepultadas bajo los escombros", razona.

Voluntariado desorganizado

Borja se apuntó el primer día con los ingenieros voluntarios pero la desorganización de este grupo, y en general, de todo el voluntariado, acabó por desanimarle. Así que ahora él y sus amigos se vuelcan para hacer más llevadera la vigilia nocturna de esos cientos de ecuatorianos convertidos en cuestión de segundos en unos sin techo. "Con lonas de publicidad montamos carpas a saco para que la gente pase la noche a cubierto. Al menos así me siento útil", confiesa.

En Manta, una parte importante de su población vive del comercio local, y el temblor se ha llevado por delante infinidad de puestos de venta que dominaban el paisaje urbano de esta ciudad. "Por eso la sensación generalizada es de profunda tristeza. ¡Me da mucha rabia!",exclama. Borja teme que conforme pasen los días y los efectos del seísmo ya no ocupen las portadas de los periódicos decaiga la presión por auxiliar a un país necesitado de ayuda humanitaria y de una importante inyección económica para iniciar su reconstrucción. "Y la necesita ya", urge.

Quizá contagiado por el pesimismo que asola Manta, o fruto de la reflexión al comprobar cómo una semana después la ciudad sigue inmersa en el caos, sin medios y con mucha gente dispuesta a ayudar pero desorganizada, Borja augura unos meses "muy complicados". Al teléfono, su tono al despedirse suena elocuente sobre su perspectiva: "¿Qué va a pasar con toda esta gente ahora?".

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