Durante cuatro horas, dos durante la mañana y otras dos por la tarde, Berta Collarte, hija del desaparecido, prestó declaración y respondió a todas cuantas preguntas le formuló el tribunal de Valença y los abogados.

Antes de entrar en la sala manifestó que estaba allí con el único deseo y esperanza de hallar a su padre, que ya se considera oficialmente fallecido. "¡Quiero que se haga justicia para poder pasar página!. Confío en la justicia de los jueces y en la divina. Quiero enterrarlo dignamente", dijo.

Berta Collarte, médico pediatra, explicó la situación crítica en que estaba su progenitor, después de un derrame cerebral del que se había rehabilitado. Había cerrado sus empresas, pero su carácter le llevó de nuevo a los negocios, esta vez inmobiliarios, de los que su hija apenas tenía conocimiento, hasta que su falta le obligó a ponerse al frente.

Explicó que el primer secuestro de su padre, cuyos autores se autoidentificaron como una "organización internacional" coincide poco tiempo después de que Collarte cobrase una indemnización de 150 millones de pesetas por su porcentaje de participación en una finca. Relató el terror que sintió aquel día, lo que incluso le hizo orinarse encima, algo que ella achacó a una posible recaída. "La Guardia Civil aconsejó a mi padre que no estuviese a solas con Lavandeira, precisó. El día 5 de octubre de 1999, después de avisarle a las 17.30 horas que su padre había desaparecido sobre las 13.30 horas, Berta llamó a Torres Abalo para que lo buscase y avisase a la Guardia Civil, para que preguntase en centros médicos, pues iba indocumentado y sin la medicación. "No es normal que mi padre se quedase solo, ni que el resto de los reunidos se quedasen en una oficina esperando a que volviese".

Desde 2002 a 2003 Berta Collarte tuvo siete llamadas amenazantes hechas en cabinas y móviles "decían que mi padre tenía una deuda con ellos y que si no pagábamos, a mis hijos y a mí nos pasaría igual".

Explicó su conversación con el portugués Vítor M. Días en la cárcel, donde le dijo que quería ayudarla a saber dónde estaba su padre. "Su risa me recordaba a la de quienes me amenazaban por teléfono", apuntó. Le anotó en un papel, que se veía a través del cristal del locutorio, los nombres de Lavandeira, Lópes y Mateus, el contratista. También supo por éste, compañero de Vítor, que habría recibido dinero de los otros dos hombres.