Durante seis meses sometió a su hijo a un infierno. En palabras del juez, a un "sistemático ambiente de agresión". Se trata de Ricardo Jorge F.T., un angoleño de 42 años asentado en Vigo que acaba de ser condenado a cinco años y diez meses de cárcel por maltratar a su hijo de 9 años cuando el pequeño se trasladó desde Portugal a vivir con él tras ingresar su madre en prisión. Quemaduras, golpes, encierros bajo llave y duchas de agua fría forman parte de la pesadilla vivida por el menor, que no llegó a ser escolarizado, vivió aislado en la casa y era castigado por coger comida para saciar su hambre o por encender la televisión sin permiso. Junto al principal acusado, también ha sido condenada a un año y nueve meses de prisión su compañera sentimental, Caterina P.S., una joven de 27 años, por mantener una "actitud pasiva" ante la situación que vivía el menor.

La sentencia dictada por el titular del Juzgado de lo penal Número 3 de Vigo condena a Ricardo Jorge por cuatro delitos: lesiones, maltrato en el ámbito familiar (con la agravante de reincidencia), maltrato habitual y abandono de menores. Además de la pena de prisión, le prohíbe acercarse a su hijo o comunicarse con él durante 11 años así como la tenencia y porte de armas durante 7. También le inhabilita para el ejercicio de la patria potestad, tutela, guarda y acogimiento a lo largo de un período de 9 años. En cuanto a la responsabilidad civil, deberá indemnizar al niño con 2.930 euros por las lesiones causadas y, de forma conjunta y solidaria con su pareja, se le impone el pago de 12.000 euros por los daños morales sufridos por el menor.

El condenado llegó a admitir en el juicio que se "había pasado" con su hijo. Pero sólo confesó una de las agresiones, justificó algunos encierros diciendo que el menor había robado en una tienda y negó que pasase hambre. Su compañera, que lo denunció en 2007 por maltrato hacia ella, lo exculpó en la vista. El juez, frente a estos testimonios, ha dado total credibilidad a la versión del menor, que, con sólo 9 años, vivía "angustiado", "frustrado" y con "desilusión vital" por la situación que sufría en su casa. Los testimonios de vecinos (sobre todo el de una mujer que llegó a escuchar los gritos y los golpes y que le daba de comer al niño por la ventana), así como los informes psicológicos y forenses, también se constituyeron como pruebas claves.

Todo se remonta a la Semana Santa de 2007. El menor, que relató que ya había vivido en un ambiente de maltrato en Portugal, se trasladó desde el país vecino a Vigo al ingresar su madre en la cárcel. Se fue a vivir con su padre en una vivienda en la calle Cantabria, donde también residía Caterina y los dos hijos de la pareja. El magistrado resalta que desde el inicio de la convivencia "el acusado recurre al castigo físico y psíquico para sancionar a su hijo cuando sin permiso paterno enciende el televisor o a escondidas acude a la cocina para saciar su hambre, golpeándole unas veces con las manos y otras valiéndose de un cucharón de cocina sin que [...] recibiera asistencia facultativa".

Aislamiento

El pequeño tenía 9 años, por lo que debería cursar tercero de primaria. No fue escolarizado. La mayor parte del día, dice la sentencia, vivía "en un ambiente de aislamiento", siendo "nula" su integración social. Mientras la pareja y los dos hijos solían salir a dar paseos por el parque, este menor se quedaba solo en la casa, incluso "encerrado bajo llave". En una ocasión en que se averió el calentador, los otros dos niños fueron aseados en el piso de un familiar, mientras él fue obligado a ducharse en agua fría.

La sentencia cita dos hechos concretos. El primero, ocurrido en agosto. Como castigo porque el niño había comido un bollo fuera de hora, el condenado cogió "con fuerza" sus manos y se las puso sobre un hornillo de la cocina: sufrió quemaduras de primer y segundo grado y no lo llevaron al médico. Fue Caterina la que le hizo las curas.

El otro episodio fue el 23 de septiembre de ese 2007. Ricardo le golpeó "repetidamente" en la espalda y las piernas con un cucharón de madera y un cable de electricidad. Los vecinos, al escuchar los gritos, llamaron a la Policía. Ese fue el día en el que acabó la pesadilla de este niño.