Carmen Casal, la víctima del crimen de Candeán, tuvo ayer voz propia a través de su hijo pequeño. Los cuatro años de tormento acumulados por la familia y el calvario que padeció su madre hicieron mella en el joven, que acababa de cumplir 18 años cuando tuvo lugar el brutal asesinato. Especialmente duro le resultó el tener que compartir espera antes de entrar en la sala con el acusado, que llegó custodiado por dos agentes de policía. "¿Tengo que verle la cara?¿Y si le doy una paliza, qué pasa?" preguntó, a lo que un agente le aconsejó que saliera al pasillo.

En el estrado de los testigos, mientras lo interrogaban, no pudo más y se rompió de dolor: "Mi madre era muy buena señora, muy religiosa. Siempre llevaba medallas y estampas de santos y cosas de esas en el bolso. Se ganaba la vida limpiando una puta casa. ¿Qué dinero iba a tener la pobre mujer? Y después de cuatro años me volvéis a preguntar todo, otra vez lo mismo", expuso entre lágrimas. El desconsuelo se extendió al público de la sala, donde se encontraban su hermano y sus tíos. Finalmente retomó fuerzas y explicó que cuando ocurrió el asesinato él y su hermano estudiaban, y dependían económicamente de Carmen Casal.

También declaró, a petición de la defensa, una joven camarera con la que el acusado, después del crimen, tuvo un incidente. Explicó que tras tomarse una cerveza le pidió "de forma educada" el dinero de la caja, sin portar arma alguna. Ella se negó y él la zarandeó diciéndole "a ver si crees que por ser mujer no te voy a pegar".