"Cómo descubrir lo que Facebook sabe de mí". Tecleé estas palabras en Google para conocer qué información podría tener sobre mí la compañía de Mark Zuckerberg y por qué era tan valiosa. El eficiente buscador de Google me ofreció los enlaces adecuados para aprender a descargar mi historial de Facebook. Entonces, la siguiente cuestión se planteó sola: ¿y Google, qué sabe de mí? Tras horas de "introspección digital" en ambas plataformas quedó: cualquiera podría escribir una detallada novela sobre mi vida con toda esa información. El escándalo de Cambridge Analytica -la filtración de los datos personales de más de 87 millones de usuarios de Facebook en todo el mundo- es sólo la punta del iceberg de la inmensa cantidad de datos íntimos que todos entregamos a las plataformas tecnológicas. Quienes trabajan en el sector lo saben. "En el caso de los móviles no se ha empezado a arañar ni la superficie; las aplicaciones tienen acceso a todo y los teléfonos serán los protagonistas de un nuevo escándalo por estallar". Son las palabras de Daniel Gayo, profesor especialista en redes sociales en la Universidad de Oviedo. Los expertos coinciden: ya no hay vuelta atrás, hemos entregado nuestros datos y toca esperar las consecuencias.

Los servidores de Facebook y los de la multinacional estadounidense Alphabet (propietaria de Google, Gmail, Youtube, entre otras herramientas de uso diario) guardan todos nuestros datos. Al usuario le ofrecen acceso a parte de esa información a través de la opción de descarga. En mi caso personal, mi huella en Facebook cabe en una carpeta de casi 30 megas. Lo que Google conoce de mi existencia necesitó de cuatro carpetas y casi una hora de descarga. Mi vida se resume en ocho gigas de memoria, un "peso" en información equivalente al de dos películas de hora y media de duración en alta definición.

Abrí mi cuenta de Facebook en 2009. Hoy toda mi actividad en la red social se divide en cuatro carpetas: html (información personal), mensajes, fotos, stickers (pegatinas) y vídeos. Accedí a este resumen de mis últimos diez años de vida digital a través de la pestaña de configuración de la red social, en la opción "Descarga una copia de tu información". Así fue cómo descubrí que hasta las publicaciones que en su día borré de mi muro seguían allí, aunque no se viesen. Formaban parte de una biografía nunca escrita. Mis datos personales, una lista extensa de amigos (hasta los eliminados), los anuncios en los que pinché, la lista de temas que me podrían interesar, los eventos a los que asistí y a los que pensaba ir y marqué con un "quizá asistiré". Toda esa información tenía Facebook de mí. Hasta las fotos escondían datos. A cada imagen le acompaña una ficha con la fecha en la que fue tomada, la cámara utilizada y los parámetros técnicos de la instantánea (enfoque, ISO, etcétera).

"A las redes sociales les interesan tus datos demográficos y socioeconómicos. Tu género, dónde estás, con quién te relacionas? y ya si pueden saber tu nivel de ingresos mucho mejor. Así pueden mostrarte unos anuncios u otros", explica el profesor especialista en redes sociales Daniel Gayo. Mi nivel de ingresos lo conocían. Mientras releía todos los mensajes que intercambié a través de Facebook Messenger (guardados y ordenados por fecha en la carpeta "Mensajes") detecté mi número de cuenta. Yo misma lo escribí en un chat para que un amigo me pagase su parte de los gastos de un viaje.

Accedí entonces al archivo "seguridad" (dentro de la carpeta "html") y más que consuelo encontré incertidumbre. Pude contar hasta 22 direcciones IP (número que identifica cada dispositivo) desde las que se accedió a mi perfil. No puedo asegurar que yo haya entrado desde tantos aparatos. Las cuentas no salen. En este apartado me llamó la atención otro dato: un cambio de nombre en mi perfil en 2012. Recordé que fui yo quien lo modificó, obligada por un mensaje que me envió la red social porque el seudónimo que tenía hasta entonces no le parecía "un nombre real". O ponía mi información personal o cerraban mi cuenta. Consiguieron así seguir confeccionando la historia de mi vida.

El negocio de los datos no es nada nuevo. "Los que trabajamos en el sector sabemos que comercian con los datos. Whatsapp, por ejemplo, es gratuito porque comercia con los datos de sus usuarios aunque digan que no". Así de contundente se muestra Rubén Llames, miembro de la junta directiva de la Asociación de Community Managers de Asturias. Y añade: "La guerra de los datos está perdida hace años. Nuestra información está en todos los lados, desde el supermercado en el que hemos hecho la tarjeta de puntos hasta Facebook". La clave ahora está en "cultivar la otra parte", dice Llames. "Con nuestra información pretenden influirnos con anuncios o información a medida, es momento de ser más críticos", sentencia.

Google, diario de a bordo

La sombra de Google es alargada. Los ocho gigas con mis datos personales que obtuve de la plataforma (el propio buscador me dio las claves para hacerlo) fueron una bofetada de realidad. Guardan todos mis itinerarios, los establecimientos que frecuento, los contactos de mi agenda, correos electrónicos, saben qué apps utilizo en cada momento y las noticias que leo. El conocimiento que Facebook tiene de sus usuarios resulta esquemático al lado del diario pormenorizado que Google hace minuto a minuto sobre nosotros. En "Location History" (historial de localizaciones) y "My activity" (mi actividad) Google guarda un minucioso registro de todos los movimientos.

"Se ha utilizado Instagram", "Se ha utilizado la cámara", "Buscaste: Cómo descargar mis datos de Google". Así, uno a uno, la sección "My activity" monitoriza mi actividad al minuto. Aparecen las noticias leídas, las apps utilizadas y las búsquedas realizadas ordenadas cronológicamente, junto a la hora exacta. No hay intimidad.

Acto seguido accedí al archivo de mi historial de localizaciones. Imposible de leer, está en código informático. Sin embargo, en el apartado "cronología" de Google Maps los símbolos se tornaron imágenes. Marcados en rojo sobre el mapa de España aparecen todos los puntos donde he estado en los últimos años, en concreto, desde que viajo con un móvil en mi bolsillo. Entre mi ciudad y Madrid, un punto llama mi atención: es una gasolinera en la que paré y no recordaba. La situación se complica si filtro la búsqueda por días. Google es capaz de dibujar el itinerario de mi día completo y determinar cuánto tiempo he estado en el gimnasio y otros establecimientos registrados como negocios en su plataforma. También sabe si me he movido a pie, en bici o en coche. "Todo esto asusta un poco", reconoce Luis Vinuesa, profesor de seguridad informática en la Escuela de Ingeniería Informática de Oviedo, pero puntualiza: "Esta información la hemos entregado cada uno de nosotros de forma voluntaria". Su conclusión: falta educación digital. "En casa siempre nos han dicho: no hables con extraños en la calle. Pero nadie nos ha dicho lo mismo de internet", explica Vinuesa.

El antídoto llega tarde. Navegar de incógnito (una de las opciones que ofrece el buscador de Google) no sirve de nada. Borrar archivos, tampoco. La radiografía digital de cada usuario permanece en los servidores de las grandes compañías para siempre. No hay forma de ocultarse. La huella digital no se puede eliminar. "O te vuelves una ermitaña y reniegas del mundo civilizado que hemos creado en las últimas décadas o siempre dejarás rastro". Con estas palabras me explica el experto en seguridad informática Pablo F. Iglesias la magnitud del asunto. Según él, la información está segura en los servidores de la compañía. El problema es saber qué harán con todos esos datos en el futuro. Hoy la utilizan con fines publicitarios, políticos e ideológicos, pero, ¿qué pasará si Facebook y Google desaparecen? "Tenemos el censo más exacto y globalizado en manos de Google, Apple o Facebook", apunta Iglesias. "Alguien podría comprar estas bases de datos y no sabemos con qué fines las van a utilizar", advierte.

La nueva ley de Protección de Datos de la Unión Europea, que entrará en vigor el próximo 25 mayo, pretende blindar más los datos y ofrecer al usuario la máxima información sobre las condiciones de los servicios a los que se suscribe. Es un importante paso al frente, pero no es suficiente. Según los expertos consultados hace falta educación, legislación y vigilancia. Mientras eso no ocurra, éste es el consejo práctico de Pablo F. Iglesias: "Comparte sólo lo que no te importaría que viese tu peor enemigo".