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Sorkin vuelve a ganar la partida

El brillante guionista debuta como director con la rotunda y magnética "Molly's Game", con una excepcional Jessica Chastain

Jessica Chastain, en una escena de la película.

¿Sabías que el centro de la galaxia huele a ron y frambuesa? Yo no. Ahora lo sé gracias a Molly's Game. También me ha explicado códigos del póker que consideraba indescifrables y me ha hecho interesarme por los saltos de esquí. No porque me guste el juego de los naipes (que no de azar, como nos matiza Molly, gracias) o los deportes de invierno sino porque en la mesa y en la nieve se juntan y se alejan las luces y las sombras del ser humano en estado de excepción. Molly, empujada por un padre que quería sacar lo mejor de sus hijos como una forma de exorcizar lo peor de sí mismo, se lo jugó todo sobre los esquíes. Para ser la mejor aunque tuviera la espalda reconstruida. Y Molly, reconstruida toda ella, se metió en el (in)mundo del juego rodeada de codicia, maldad, engaños y, claro, crueldad. ¿Para sentir que dominaba a hombres de poder abusón e hiriente, como se apunta en cierto momento? Puede que sí, puede que no o puede que además. Aaron Sorkin, ese guionista excepcional y ahora director más que solvente, es de los pocos cineastas de talento de Hollywood que, emulando a los grandes clásicos, aún se atreve a poner sus cartas sobre la mesa dejando claro que cree en el ser humano. O, al menos, en unos cuantos que, como Jeff Daniels en The newsroom, son capaces de ir a la cárcel para no traicionar su código ético. Y Molly Bloom, una Circe moderna que merodea por los bajos fondos de los poderosos para engatusarlos con sus timbas envueltas en fajos de billetes en ambientes de lujo y comodidad, también lucha por sus principios con una serenidad y un coraje que la llevan directamente al club de héroes sorkinianos, gente que atesora errores, quizás algún horror, y que suben a la cima y bajan a la sima dejándose muchas creencias por el camino, pero que conservan un inquebrantable compromiso con lo mejor de sí mismos. Como ella misma dice, su nombre es lo único que le queda y hay que morir por defenderlo. Y si hay que ir a la cárcel para no irse de la lengua y arruinar las vidas de sus clientes, se va.

Que Sorkin sean un humanista abonado a un optimismo no exento de decepción ni significa que vaya de ingenuo por la vida. Y aunque en la vida de Molly aparecen mafiosos rusos capaces de ponerla entre la espalda (rota) y a pared para convencerla, jefecillos histéricos y vengativos o famosetes de mente averiada que disfrutan arruinando vidas ajenas, también se encontrará con abogados íntegros capaces de emocionarse con sus alegatos de defensa, adolescentes que aprecian en ella el crisol de la verdad, jueces que no rompen la balanza de la justicia o padres que, cuando vienen peor dadas, son capaces de poner su memoria a cero y encontrar una forma de evitar que su hija siga cayendo por el hielo.

Molly's Game es un plato suculento para los admiradores de Aaron Sorkin. Sus diálogos son brillantes y veraces, vorazmente precisos y cargados de información que no siempre es posible de canalizar en un primer momento y exigen un repaso más pausado cuando ya se conoce la historia. También tiene debilidades por todos conocidas: le cuesta manejar el lenguaje de los sentimientos, como queda de manifiesto en una escena ciertamente emotiva pero muy forzada del reencuentro entre Molly su padre psiquiatra. Pero son peros menores a una película muy bien dirigida (Sorkin será debutante pero se las sabe todas) y comandada por una Jessica Chastain que, casi da pudor decirlo de puro obvio, está sensacional, como lo está Idris Elba (a pesar de un doblaje que aniquila su voz) o un Kevin Costner que aprovecha al máximo sus contados minutos. ¡Y qué plano final más perfecto!

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