Esperemos que, efectivamente, sea la última llave. Porque esto no da más de sí. Porque ya está bien de malos sustos. De trampas facilonas. De guiones cada vez más cansinos y repartos de talento menguante del que solo se salva Lin Shaye. Del terror tópico pero resultón que lograban el director James Wan y el guionista Leigh Whannell en el primer "Insidious", a principios de la década, se pasó a secuelas cada vez peores. Con La última llave, la propuesta toca fondo con saltos en el tiempo y tirones en los registros, sin renunciar a los golpes de efectos bajos que tanto daño han hecho al género, y metiendo a martillasos una especie de sorpresa a medio camino que parece intentar darle un buen meneo a las previsiones del público. Lo malo es que está hecho con tanta torpeza, atropellamiento y falta de convicción que la película termina mareada por su propia confusión y más que inquietud provoca indiferencia, cuando no irritación.