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Una liga a medias

Quizá estemos ante un éxito sin valor, más allá del tintineo en taquilla

Ben Afleck se vuelve a enfundar el traje de Batman. // FdV

Injustamente maltratado por su Batman v. Supermán, sin duda una propuesta atrevida e interesante (pese a su irregularidad quizás inevitable), podría pensarse que Zack Snyder se planteó su Liga de la Justicia como una especie de redención comercial en la que primaran elementos menos díscolos a la hora de abordar una historia de superhéroes en reventadoras circunstancias, dejando para otro día la extrema gravedad de aquella cinta singular y definitivamente maldita. Véase la versión extendida para acceder mucho mejor a sus cualidades, distorsionadas en gran medida por los tijeretazos en la sala de montaje, que, lejos de simplificarla a gusto del productor, la embrollaban y ralentizan en lugar de acelerarla, como era su intención. Secretos indescifrables del ritmo.

Ensombrecida por una tragedia personal del director que le hizo abandonar el rodaje siendo sustituido por Joss Whedon, Liga de la Justicia intenta apartarse de lo que tanto molestó en la anterior película apostando por un tono más liviano y, sobre todo, por una inflación de escenas de acción que, dado el metraje bastante prudente dados los antecedentes en este tipo de películas, hacen que la sobredosis de efectos digitales (no siempre acertados) llegue a extremos agobiantes. Con Snyder atrapado entre la espada de sus verdaderas intenciones (seguir profundizando en el lado más tenebroso de sus personajes) y la pared de sus urgencias (rodar algo que funcione sin desmayo en taquilla y huir de los palos), y la irrupción de Whedon con el piloto automático de la decepcionante secuela de Los Vengadores conectado, no es de extrañar que Liga de la Justicia presente un aspecto tan irregular y deformado, difícilmente reformable, con una mezcla incoherente de inquietudes graves por un lado y pegotes humorísticos por otro, lastrada por un villano (Steppenwolf) ridículo, y sin que haya un equilibrio en la consistencia de los megahéroes: Wonder Woman y Batman se defienden por sí solos, pero entre los nuevos compañeros hay alguno que resta demasiado. El espectáculo es entretenido y vistoso, pero también irrelevante y con pasaje al olvido inmediato. Si Batman v. Superman era un fracaso honroso, aquí tal vez estemos ante un éxito sin valor, más allá del tintineo en taquilla. Ah, lo del bigote afeitado digitalmente de Henry Cavill vamos a dejarlo para otro día. Cuando estemos aburridos.

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