Los niños sin lactancia son más propensos a sufrir hipertensión, diabetes y obesidad en el comienzo de una vida dominada hoy por una prisa que supera nuestra fortaleza física, coinciden en advertir el paleoantropólogo José María Bermúdez de Castro y su hija, Elena, pediatra, autores de "Pequeños pasos. Creciendo desde la Prehistoria" (Crítica, 2017), un libro que aborda las diferencias entre los primeros Homo Sapiens y los chimpancés desde el nacimiento de ambos. Territoriales, jerárquicos y tribales, así son los hombres de hoy, lo mismo que los primates de los que descendemos y de los que nos diferenciamos muy poco en el comportamiento a pesar de una evolución de millones de años aún inconclusa.

"Compartimos el 99 por ciento del ADN con los chimpancés", asegura categórico José María Bermúdez de Castro, codirector de las investigaciones y excavaciones de los yacimientos de la sierra de Atapuerca. Quizá por eso al crecer, ellos y nosotros, solemos resolver los conflictos a palos, excepto los bonobos, unos monos mucho más inteligentes, que sustituyen las bofetadas por el sexo para solventar sus disputas.

"Mi hija es pediatra especializada en alimentación y hemos estudiado juntos la evolución humana para sacar conclusiones útiles para el día de hoy", explica orgulloso al presentar con Elena el resultado del trabajo de ambos sobre la gestación, el parto, la lactancia y los diferentes métodos de nutrición de los niños después del destete que en los primates se prolonga hasta los siete años mientras que en los humanos se suele cortar antes de los seis meses cuando lo recomendable es que la madre amamante a su hijo durante dos años y medio.

"Con el paso del tiempo se verá que los niños sin lactancia serán más propensos a sufrir hipertensión, diabetes y obesidad", alerta Elena.

Esta diferencia en el periodo de lactancia responde de nuevo a estrategias evolutivas, explica la pediatra, firme defensora de la leche materna para asegurarse hijos más sanos, maduros e inmunes a muchas enfermedades, incluidos algunos cánceres. "Las madres que dan el pecho recuperan antes el peso y a la vez se fortalecen contra algunos tumores", asegura sin olvidar "el vínculo" emocional que se forja entre ella y el bebé a través de la lactancia que se redujo para que las mujeres, con una media de 30 años de fertilidad, puedan tener más hijos y garantizar la descendencia.

"Durante la lactancia, las mujeres no ovulan y por lo tanto no quedan embarazadas", explica el paleoantropólogo experto en desvelar los secretos fósiles milenarios desde la década de 1980 en los yacimientos de Atapuerca. Esos huesos hablan de una historia de canibalismo, violencia y guerras que evolucionó a organizaciones más cooperativas pero siempre marcadas por la adaptación a un medio cambiante, sin perder por ello los rasgos más instintivos de primates territoriales y agresivos. "Seguimos peleándonos por el territorio como si fuésemos chimpancés", lamenta Bermúdez de Castro, ferviente admirador de los hippies bonobos que resuelven sus discrepancias practicando el sexo. Una feroz pelea por un simple higo es probable entre chimpancés, pero inverosímil entre bonobos.

"La selección natural era implacable y poco podías hacer si nacías con cualquier tipo de tara", insiste al referirse a unos Homo Sapiens que como nosotros eran omnívoros y solían perecer por traumatismos. "La vida era tan hostil que nuestros antepasados envejecían muy rápido, difícilmente llegaban a los 35 años y nadie pensaba en jubilarse, y por esa razón no se han encontrado en los fósiles estudiados casos de artrosis", revela.

Una alimentación variada durante los primeros años de vida garantiza el desarrollo del cuerpo y, sobre todo, del cerebro, continúa Elena, en la recta final de un embarazo cuyo parto, al igual que en aquellos hombres primitivos, será asistido.

"Para las mamás chimpancés era más sencillo parir", explica la pediatra, porque el canal de paso del bebé es rectilíneo y lo recibe con la cabeza mirando hacia ellas.

Desde el mismo momento del nacimiento comienza el complicado camino para llegar a adultos, una evolución sobre la que tantos datos aportan las investigaciones de la sierra de Atapuerca. "Hemos retrasado ese momento hasta los 18 años", destaca Bermúdez de Castro, porque en los humanos hemos dado preferencia al cerebro para que crezca más rápido que el cuerpo. "Primero dedicamos toda nuestra energía a su desarrollo neuromotriz y después nos entregamos a recuperar de golpe el desarrollo atrasado del cuerpo", lo que explica que los chimpancés, que carecen de adolescencia, a los cinco años ya se valgan por sí mismos y a los once sean padres.

El desarrollo humano es lento pero vivimos demasiado deprisa, lamenta el paleoantropólogo, preocupado por las tensiones que la hiperconexión genera en nuestro organismo, porque aún no estamos físicamente preparados. "Veo muy felices a los pocos cazadores y recolectores que quedan ", reconoce al insistir en sus críticas a un progreso feroz que no es más que una huida hacia adelante sin sentido como lo fue cuando apareció la agricultura. "Ante la escasez de caza no hubo más remedio que empezar a recolectar", comenta al añorar a aquellos neandertales cazadores y recolectores que convivieron con los Homo Sapiens hace decenas de miles de años y que nos han dejado de herencia un cuatro por ciento de sus genes.

La laberíntica y procelosa evolución biológica de la especie humana sigue su curso, marcada en estos tiempos por una vertiginosa revolución tecnológica y un apego escaso al medio ambiente que pone a nuestra especie, la única de los homínidos que ha logrado sobrevivir, en riesgo de extinción. "Lo que estamos haciendo no es bueno para el planeta", concluye el científico.