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¿Sueñan los androides con mujeres eléctricas?

Apocalíptica y desintegrada, al principio, e l filme es poco fatalista

Jared Leto, Ryan Gosling, Harrison Ford y Ana de Armas.

No es el dolor lo que nos hace más humanos sino el sacrificio. No es el sufrimiento sino la capacidad de dar lo más importante de nosotros por salvar a alguien. Hay dos sacrificios en Blade runner 2049. Uno de ellos, por amor. El otro... No puedo desvelarlo.

Si la obra de Ridley Scott proponía una solemne y esteticista odisea en la que víctima y verdugo terminaban compartiendo un único destino y transmitiéndose bajo la lluvia una empatía que tenía mucho de liberación (que rima no por casualidad con la comprensión), la continuación no solo oportuna sino necesaria de Denis Villeneuve sube la apuesta con un coraje ciertamente admirable, y, si tenemos en cuenta que esta aventura ha costado casi 200 millones de dólares, inaudito. Porque no es Blade runner 2049 una película fácil de ver para los públicos que esperen una superproducción preñada de efectos especiales al servicio de la acción desmadrada y el banal chute de adrenalina que se mete el cine de usar y olvidar. Sin complejos, y aunque a veces se le vaya la mano pomposa en busca de una trascendentalidad de manual, el director canadiense ofrece un trabajo más depurado, sin los excesos epatantes que Scott aplicaba a su, dejémoslo claro, memorable película.

Apoyado en el talento inmenso de un gran director de fotografía y con el rigor y precisión a la hora de planificar las escenas que ya había mostrado en sus anteriores trabajos (véase ese prodigio que es La llegada), Villeneuve maneja el tiempo y el espacio con una maestría insuperable, y solo se deja llevar por lo convencional en alguna que otra escena de acción que no aporta gran cosa.

Está Blade runner 2049 desprovista de humor y dulcificada con una de las historias de amor más desgarradoras de los últimos tiempos: ahí es nada, una mujer virtual que ama desesperadamente a un hombre que quizá sea un androide. Hay que tener los planos muy bien puestos para plantearse una escena como la del trío (me entenderás cuando la veas) y no hacer el ridículo. O, repentinamente, hacer que el hasta entonces hierático Ryan Gosling se desahogue cuando tiene delante a la mujer que fabrica recuerdos.

No es casual que haya guiños concretos a Pálido fuego, la novela de Nabókov que vendría como anillo al dedo para entender de alguna manera el personaje divino/diabólico de Jared Leto, empeñado en crear la perfección absoluta que concede el don de la maternidad. Si el primer Blade runner acotaba sus mensajes filosóficos para no espantar a las audiencias (vano intento, fue un glorioso fracaso en taquilla), esta secuela no tiene el menor reparo en soltar andanadas a diestro y siniestro hasta el punto de que incluso el personaje más secundario encierra algún simbolismo sobre la condición humana. La película se sostiene sobre cuatro sacrificios de distinto voltaje emocional dejando para el último la carga de mayor profundidad. No hay lágrimas en la lluvia, pero las que afloran sirven como desahogo y al mismo tiemo como revelación. Y es que, a diferencia de la película de 1982, el guión da aquí una mayor importancia los giros en la intriga para buscar una zona de confort en los lugares más reconocibles del género negro en el que, no lo olvidemos, hunde sus raíces tanto como en la ciencia-ficción. Apocalíptica y desintegrada al principio, fría y sin embargo nada áspera, desoladora y, en cambio, poco fatalista, Blade runner 2049 no comete el error de matar al padre ni se permite la debilidad de imitarlo.

Solo hay un par de conexiones directas y descaradas (una de ellas, la tentación del pasado que amenaza a Ford, está un poco traída por los pelos) y la música de Vangelis renace de sus cenizas para un ensamblaje con la mítica escena del "yo he visto cosas que no creeríais", en este caso rodada con menos énfasis pero igualmente conmovedora. Y hermosa. Muy hermosa.

Porque de belleza e ideas extraordinarias anda sobrada Blade Runner 2049: estatuas derrumbadas sobre su propio estupor, hologramas de Elvis y Sinatra cantando entre la devastación, perros borrachines, mujeres petrificadas de amor bajo la lluvia, anuncios gigantescos de chicas que casi te tocan con el dedo, androides que nacen y ya saben lo que es el temor sin saber lo que son, flores moribundas sobre tumbas escondidas, jardines donde se fabrican sueños eléctricos, casinos donde el polvo juega al azar, ventanas golpeadas por la lluvia y amansadas por la nieve o fábricas de niños esclavos dignos de una novela de Dickens.

Es imposible saber si estas nuevas andanzas de Deckard y compañía funcionarán en taquilla. Si lo hace quizá haya más entregas para mostrar la revolución que se está fraguando en el subsuelo. De momento, Villeneuve ha hecho lo que esperábamos de él: una gran película que no es una mera replicante de la anterior y está llena de momentos que no se perderán como lágrimas en la lluvia.

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