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De Pazos de Borbén al Kilimanjaro

Esta semana en Las Palmas, donde reside

Jaime Bouzón exprime al máximo cada segundo de su vida. A sus 66 años acaba de regresar de África de completar un reto al alcance de muy pocos. Después de seis días de expedición este empresario de Pazos de Borbén afincado en Canarias coronó la montaña más alta de África, el Kilimanjaro, de 5.895 metros de altura. Su aventura en Tanzania no es la única, ya que el año pasado corrió el Maratón de Nueva York y en su mente ya rondan nuevos retos como completar el maratón de Tokio. Su hermana Mariló, intentando animarlo, le prometió que "lo sacaría en el FARO" si lograba llegar a la cima. Dicho y hecho. A su regreso, Mariló relatará orgullosa el gran logro de Jaime, emigrado aunque con un gran arraigo en su tierra natal.

"Yo lo más alto que había subido era en Pazos de Borbén", bromea Jaime Bouzón. Empezó a preparar su expedición a Tanzania con un amigo que reside en Madrid, pero la fatalidad se cruzó en su camino. "Tuvo un accidente. Se cayó con la bici y lamentablemente falleció", recuerda. Su reto cobró más sentido todavía. Por su amigo confeccionó "una expedición hecha a medida" y "lio" (como apunta su hermana) a un primo suyo (Deo Vidal), también gallego, para que le acompañara.

Su expedición llega un año después de cumplir otro gran reto: correr el maratón de Nueva York. "Fue el 6 de noviembre, dos días antes de la votación para elegir a Trump. En una carrera en la que participaban 70.000 personas había más de 2.000 perros vigilando las calles para evitar cualquier atentado", rememora.

Aquella experiencia le dio ánimos para ir un poco más allá y en su horizonte apareció el Kilimanjaro. "Lo hice entrenando un poco, de lo contario sería imposible, pero lo hice en plan amateur", puntualiza. Además de su primo, ascendió con dos guías, un camarero, un cocinero y cinco porteadores. "De las 20.000 personas que intentan subir cada año por alguna de las rutas establecidas, el treinta por ciento no llega al primer pico", sostiene. Las claves de su hazaña son "algo de preparación, espíritu de sacrificio y determinación. Para mucha gente puede parecer una locura, pero para mí es algo que vale la pena, una manera de haber pasado por este mundo y haber hecho algo", dice Bouzón.

El 19 de septiembre alcanzó la cima tras seis días de expedición. "La subida empieza realmente desde el último refugio, a 4.700 metros", indica. Una vez ahí, todavía quedaban 1.895 metros para llegar al último pico. "Esos seis kilómetros nos llevaron seis horas. Es agobiante. No das llegado. Los últimos 500 metros se hacen eternos. Es como si no llegaras nunca", recalca.

Al llegar, la sensación es de "euforia, de misión cumplida", aunque la altitud no permite mucho júbilo. "Al bajar me dijeron que hay mucha gente que muere después de subir por los cambios de presión. Mucha gente sube sin estar preparada y no puede ser", se lamenta Bouzón, que estuvo dos días de aclimatación en la entrada del parque antes de iniciar la travesía.

Gracia a una amiga, cuyo hermano era embajador de Tanzania, contactó con una agencia que se encargó de todos los trámites. Durante la subida, por fortuna, no llovió, ya que "allí están en la época seca", pero tuvieron que soportar temperaturas de -30º. "Yo llevaba cuatro mallas y una chaqueta potente", afirma.

"Es una experiencia que merece la pena", apunta. Ya no solo por su gesta de coronar el Kilimanjaro. Su viaje a África le permitió también conocer de primera mano la situación que viven sus habitantes. "Allí no hay nada, ni agua para beber o asearse", relata. "La gente va en grupos de diez o doce personas en burro a buscar agua para luego poder venderla", indica.

Ya de vuelta a Canarias, donde reside actualmente, planea su próximo reto. "En el mundo hay seis grandes maratones: Nueva York, Tokio, Berlín, Londres, París y Boston". Su mente está ya puesta en Tokio, una cita prevista para el último domingo de febrero. Jaime Bouzón acelera hacia su segunda juventud. "Si lo haces con 20 o 30 años no tiene tanto mérito", bromea. "Yo ya tengo 66 años y quiero aprovechar el tiempo que me queda. Se trata de hacer cosas diferentes como una forma de no ceñirse a la normalidad", explica.

"Yo fui de los que salieron pronto del pueblo", relata. Hace 40 años que vive en Canarias pero antes residió en Londres. Su carácter aventurero, sin embargo, no puede evitar la 'morriña'. "Voy con mucha frecuencia a Galicia". Esta Navidad volverá a escalar aquellas montañas de Pazos que escalaba siendo niño.

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