- ¿Recuerda la primera vez que vio a García-Alix?

-La primera vez fue en la Galería Trinta en Santiago de Compostela. Curiosamente, tenía él una exposición allí. Yo lo conocí a través de otra gente y estuvimos un par de días por Santiago haciendo fotos.

- ¿Desde ese primer encuentro hasta ahora ha cambiado la concepción que tenía sobre él?

-Alberto es una persona que se muestra bastante sincera, como es, desde el principio. Pero, a lo largo del tiempo y del documental, se va revelando la persona que hay detrás del personaje. Su lado personal se va descubriendo a medida que conoces a la persona.

- ¿Es esclavo de su personaje?

--Yo no diría tanto. Todos los artistas generan un personaje alrededor de ellos. Necesitamos generar un alter ego artístico que es el que habla por nosotros. El caso de Alberto no es diferente. No diría que es un esclavo pero sí mantiene un diálogo tenso con su alter ego.

- Él entiende la fotografía como una evolución.

-Si ves la obra en conjunto, te das cuenta de que nunca se ha quedado quieto en una forma de entender la expresión artística. Ha transitado por distintas etapas fotográficas. En los 70 y 80, era más de 35 milímetros; a finales de los 80 y 90, se pasa a un retrato más construido y en la última de 2003 hasta ahora, se ha ido a un territorio más simbólico y metafórico. También ha hecho revistas, trabajos audiovisuales experimentales.

- En la vida de Alix, la heroína ha sido importante, ¿se toca en el documental?

-Sí. Alberto es una persona que habla sin tapujos de todos esos temas. Yo no diría que su obra esté influida por las drogas. Estas entraron en España en un momento de los años 70, de una forma muy radical y mucha gente se perdió por el camino. Los testimonios como los de Alberto son importantes porque muchos compañeros cayeron. Lo veo como un testimonio personal.