Alberto Cuevas es el párroco de la iglesias viguesa de La Soledad y jefe de prensa del Obispado de Tui-Vigo. Hasta que se jubiló como profesor, tuvo la suerte de disfrutar de sus vacaciones. Viviendo en Pontedeume, Muxía, Vigo, Camposantos o Vilagarcía, el verano siempre ha sido para él tiempo de playa que aprovechó por ser buen estudiante y sin suspensos.

Era asiduo a la Playa de O Vao, apodada entonces como 'playa de los Curas', asegura Cuevas, porque a partir de las 11 de la mañana había un montón de sacerdotes jugando al fútbol, y los chavales acudían allí a jugar con ellos 'y echar partidazos'. "Modestia aparte yo jugaba bastante bien, luego nos fuimos haciendo mayores", reconoce Cuevas. Siendo ya profesor, cargaba su coche con media docena de libros y bajaba por Portugal o España, sin regresar hasta terminarlos.

Recuerda veranos como el de la Expo del 92 o cuando visitó Israel y Jordania, pero si tiene que escoger uno, se decanta por el de 1974. Ya era sacerdote y profesor, y se fue a estudiar periodismo a Pamplona. Entonces le llamaron para acompañar a unos jóvenes que viajaban a Irlanda para mejorar su inglés.También fueron de la expedición un médico, un técnico en deporte y diversos profesores.

"El único problema que apareció entre los chavales y las familias de acogida fue que éstas se quejaron de que los jóvenes gastaban mucha agua, pues ellos no se duchaban tan a menudo", recuerda el sacerdote con sentido del humor.

A Cuevas, Irlanda le fascinó desde el primer momento: "Visitaba un país con muchos católicos pero también pastores protestantes, que caminaban de la mano de su esposa y acompañados por sus hijos. Era un mundo distinto al que había conocido hasta entonces. Los irlandeses son muy rubios pero los había más morenos, sobre todo en Galway, uno de los puertos más importantes de Irlanda. Les llamaban los de la Armada Invencible, como posibles descendientes de sus náufragos españoles. Irlanda es una preciosidad, la 'esmeralda del Atlántico', como ellos la llaman, con muchas similitudes con Galicia".

Fue recíproco, y a Irlanda también le sorprendió el sacerdote. Iba vestido solo con alzacuellos, chaqueta y pantalón y algunas veces con sotana. El párroco de aquella parroquia se desplazaba en coche, y ese verano vieron a un cura en bicicleta. " A la gente le chocaba que fuese en bicicleta por la ciudad, y me saludaban por la calle, con respeto, pero también sorprendidos."

Cuevas destaca la hospitalidad de los irlandeses: "fueron amables y atentos con nosotros. Nos encantaba ir de noche a sus 'pubs', y descubrir la cerveza negra, que no era conocida en España".

Vivían en Athlone, en el centro del país, pero los fines de semana hicieron excursiones a los acantilados de Moher, los cementerios célticos o las carreras de galgos. "Había que estar atento a que los chavales no apostasen mucho", recuerda Cuevas. Los sábados iban hasta Dublín de visita y se encontraban con otros jóvenes españoles. Siempre con gabardina,pues aunque el clima era apacible las lluvias eran constantes

También visitaron el parque natural de Glendalough, donde se rodaron escenas de Excalibur o Braveheart. "Es un lugar muy verde, y sagrado para los irlandeses.En su interior se construyeron un antiguo monasterio donde vivían ermitaños, varias iglesias y una torre altísima, con una puerta a 3 metros de altura y un ventanuco a 30", relata el párroco.

"Estábamos en tiempo del IRA, visitamos la catedral de Londonderry y según el consejo de las autoridades locales uno de nosotros quedó en el coche para vigilar que no colocaran una bomba", recuerda. El conflicto con el grupo terrorista irlandés les dejó multitud de anécdotas: "Un matrimonio de los que habían acogido a muchachos tenía un uniforme militar en casa. Eran civiles pasando por momentos complicados. En abril y mayo hubo dos atentados muy gordos en Dubín y Monaghan. Los padres de los niños tenían miedo, pero nosotros viajamos a una zona tranquila, donde no ocurrió nada", recalca el párroco.

Eso sí, "en una de las excursiones fuimos al norte, a Úlster, que en esa época estaba tomada por el ejército inglés, el cual vigilaba calles y edificios y patrullaba en cada ciudad. En Londonderry se nos hizo de noche y a la vuelta nos topamos con un tanque en mitad de la carretera. Casi nos damos de bruces contra él. Nos sorprendimos. Aparecieron unos guardias con metralleta y les protestamos: '¡casi nos matamos, cómo no tienen eso señalizado!' Nos contestaron que en la guerra no se marcan con luces los objetivos", rememora Cuevas la irónica situación.

"A Belfast no nos dejaron ir por la guerra. Solo cruzar a Derry, que también era Irlanda del Norte pero menos peligrosa". De todos modos, para ir de una calle a otra tenían que pasar alambradas y ser cacheados por los guardias.

Sobre lo que le pagaron en el viaje, Cuevas reconoce habérselo gastado en unos cuchillos de acero inglés para su madre, unas botas de fútbol con tacos de quita y pon (que en España todavía no existían), camisetas de equipos ingleses, un chándal y un jersey blanco de pescador, estilo Isla de Man, de algodón; y dos pipas. "Yo fumaba tabaco y a partir de este viaje me cambié a la pipa. Eran tiempos en los que estaba permitido fumar en las clases, así que al curso siguiente yo tomaba apuntes con mi pipa de pescador irlandés".