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El gran combate

La técnica impresiona, pero lo memorable es su talento para metabolizar géneros y conmover con sutileza

El gran combate

Cuando Matt Reeves vuelve la vista atrás para culminar su película inspirándose en uno de los planos más bellos y crepusculares de la historia del cine - Duelo en la Alta Sierra (Sam Peckinpah, 1962)- lo hace con la misma honestidad y admiración con la que va esculpiendo imágenes deudoras del cine que aman quienes lo han visto: desde Fort Apache hasta Centauros del desierto pasando por La gran evasión, Espartaco y los westerns geniales de Anthony Mann. Increíble, pero cierto: una superproducción cargada de efectos digitales en la que palpita el corazón reflexivo y redentor del John Ford de El gran combate cambiando a los indios por simios y ofreciendo un emocionante mensaje de (re)conciliación entre razas para enterrar hachas de guerra y, de paso, a los matones uniformados que piensan (¿piensan?) que no hay nada mejor para proteger a los de su especie que sacar los tanques a la calle.

La guerra del planeta de los simios no oculta en ningún momento sus influencias, e incluso muestra cierto descaro al hacerlo: por si quedara alguna duda de que el coronel que encarna un descarnado Woody Harrelson está inspirado en el Brando de Apocalypse now, el título coppoliano aparece pintarrajeado en una pared. Como si quisiera facilitar (o burlarse) el trabajo a los reseñistas.

Lo asombroso es que esos hilos de los que tira sin pudor y con entusiasmo Reeves terminan tejiendo un mosaico épico y ético de primera categoría en el que los seres humanos dan paso a los simios a la hora de mostrar sentimientos y emociones. ¿Cómo no tragar saliva ante el dolor infinito de Cesar por las pérdidas que va sufriendo? ¿Cómo no entender su mirada de odio sin fisuras? No obstante, y aunque la película deje que sea la Naturaleza la que imponga su curso purificador, La guerra del planeta de los simios evita cuidadosamente las demonizaciones. De ahí que incluso al siniestro coronel se le reserve un momento donde se muestra rabiosamente humano (cuando cuenta lo que pasó con su hijo, uno de los mejores momentos), que haya villanos a los que se les concede un último segundo para lograr la redención y que al elemento cómico de la historia (un cruce entre Gollum y el Ben Gunn de La isla del tesoro) no se quede solo en eso sino que también tenga su parte heroica. Y no dejemos pasar por alto uno de sus mensajes: si perdemos la palabra, lo perdemos todo.Y no hay muro que nos proteja.

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