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Aquellos chalados en sus locos cacharros

Ansel Elgort, Jamie Foxx, Elza González y Jon Hamm.

Frenemos en un momento de Baby driver no especialmente vistoso pero muy significativo: el malvado Kevin Spacey se mofa de su lacayo al volante diciendo más o menos que ya está bien de hablar como si fueran personajes de Monstruos S.A., con todos esos rollos de que somos un equipo y blablablá.

Y la cita tiene doble valor: por un lado deja bien claro que Edgar Wright no se toma muy en serio su historia ni cuando las cosas se ponen serias (y el superedulcorado plano final es una demostración más) y, por otro, se subraya sin complejos la condición de película de animación que es Baby driver, despojada de dibujos pero con soluciones, ritmo y situaciones alocadas con villanos que se resisten a palmarla, protas que bailan por las calles cual Gene Kelly y cabriolas con los coches dignas de Cars.

Si a eso añadimos un cóctel de referencias cinéfilas bien cargadito (no faltan ni las gafas de sol con un espejo roto de Warren Beatty al final de Bonnie & Clyde) y una avasalladora banda sonora a la que se somete la planificación de las escenas, es casi inevitable que el viaje sea divertido, capaz de acelerones magníficos aunque también de algún frenazo brusco y un par de derrapajes de guión que averían un poco la función, sobre todo cuando unos hampones de tres al cuarto se ponen a hablar como si fueran personajes de Shakespeare o cuando Spacey da instrucciones ¡con rima! (aunque habría que escuchar la versión original para comprobar si la culpa del fiasco la tiene el doblaje).

No hay fórmulas infalibles para el éxito pero los ingredientes que maneja astutamente Wright allanan mucho el camino.

Hay un protagonista guaperas con pasado doloroso (que justifica no solo su obsesión por escuchar música con cascos, para amortiguar los pitidos en sus oídos, sino también su condición de solitario silencioso), hay un romance con la chica diez (sospechosamente parecida a Elisabeth Shue, un icono del cine juvenil de los 80) con diálogos juguetonamente divertidos de pura falsedad, hay unos villanos que a pesar de parecer caricaturas resultan bastante temibles (¿casualidad que a Jon Mad Men Hamm le toque el marrón de ser un asesino más bien loco, capaz de cargarse a quien mire mal a su chica, la impactante Eiza González?) y hay, por supuesto, unas carreras de coches de choque (más una a pie de propina) rodadas con espectacularidad evidente.

Y aunque todo esté más visto que el tebeo, se agradece que Wright encuentre la forma, al final, de dar un volantazo de fatalista romanticismo pellizcado con cierta sorna que enriquece los personajes del mafioso (una sola frase final y el gran Spacey casca la imagen hermética previa) y el asesino loco de amor y dolor. Pues eso, que mola bastante Baby driver.

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