Su mujer le había roto el corazón y, por tanto, él iba a matar una persona al azar. Steve Stephens, afroamericano con cara de oso, salió de patrulla con su coche el pasado 19 de abril por Cleveland (Ohio, EE UU) y encontró deambulando a Robert Godwin, 74 años. Con él cuadró su demencial contabilidad.

Una semana después, el tailandés Wuttisan Wongtalay discutía con su esposa, Jiranuch Trirat. Creía que ella tenía un amante. Ira. Entonces él cogió a la hija de ambos, de 11 meses, le puso una soga al cuello y la lanzó desde la azotea de un hotel.

Otros dos crímenes más, nada extraño en la historia del mundo. Ni lo sabríamos si no fuera porque los dos asesinos -que después se quitaron la vida- eran dos criminales muy de la era digital. Lo que importa no es tanto matar como que todo el planeta se entere de que estás matando. Pues nada más fácil: con el teléfono móvil, se conectaron a Facebook Live -la función de vídeos en directo de la red social de Mark Zuckerberg- y retransmitieron la barbaridad en directo.

Ahora ya hablamos sobre ellos. Porque lo vimos (el crimen de Tailandia tuvo 300.000 reproducciones antes de ser suprimido 24 horas después) y porque estas muertes "en streaming" están removiendo los cimientos de Facebook, la red donde hace su vida virtual una cuarta parte de la humanidad. En sólo trece años, la empresa de Zuckerberg ha logrado 1.900 millones de clientes. Es el país más grande de la Tierra y vive de la publicidad que endosa a esta red de presuntos "amigos". Pero, como usuario, ¿tiene sentido seguir enganchado a una aplicación que ampara la difusión planetaria de todo tipo de atrocidades? y, como anunciante, ¿tienen sentido invertir en la tienda de los horrores global?

Ésas son la preguntas que han hecho reaccionar a Zuckerberg, quien antes del escándalo de los crímenes en directo ya tuvo que apearse de su discurso de regente del país de las hadas digital y reconocer que su red es un peligrosísimo aspersor de noticias falsas. Riego de trolas que, por ejemplo, contribuye a aupar a la Casa Blanca a personajes como Donald Trump. Facebook iba de "plataforma tecnológica neutral", decían que sólo se dedicaban a conectar a la gente. Pero los demoledores efectos de las mentiras que contribuye a difundir y, ahora, el impacto de este uso macabro de Facebook Live están poniendo a la compañía contra las cuerdas. Alemania, por ejemplo, ya prepara una legislación con multas de hasta 50 millones en caso de que no ataje la difusión de mensajes de odio, bulos difamatorios o similares.

Facebook no quiere reconocer que es un medio de comunicación y que, como tal, debe establecer filtros y verificaciones. ¿Y por qué se resiste? Phillip Howard, director de investigación del Oxford Internet Institute, daba una explicación esta semana a "Financial Times": "No quieren ser considerados como una empresa de medios porque eso cambiará el tratamiento legal que recibirán en EE UU. Si empiezan a ser considerados así y reciben dinero por colocar anuncios, entonces serán responsables de la veracidad en la publicidad y también tendrán que dedicar dinero a los anuncios de servicio público".

Facebook trata de reaccionar. No quiere que se le escapen los "amigos" ni los anunciantes. Primero anunciaron más filtros contra las falsas noticias, aunque los críticos subrayan que sólo son medidas superficiales. Esta semana, Zuckerberg publicitó la contratación de 3.000 personas para filtrar la difusión de los vídeos en directo. Se añadirán a los 4.500 efectivos que la compañía ya tiene encargados de identificar material criminal o cuestionable sobre un total de 18.700 empleados. Pero aun así la propia empresa subraya que nunca podrá impedir la publicación de todo el material escabroso. Como mucho, podrá acelerar los tiempos de supresión una vez lo hayan denunciado los usuarios. Eso es lo que prometió Zuckerberg el pasado miércoles. "Nunca podremos verlo todo", reconoció. Tampoco los programas de inteligencia artificial son, por ahora, capaces de hacer esa tarea ingente de filtrado, donde además es importante el papel del genio humano. ¿Puede una máquina diferenciar un vídeo que sirve para denunciar, por ejemplo, la violencia policial contra los afroamericanos en EE UU de otro con una ejecución del ISIS? ¿Capta "el sentido"?

"The New York Times" resumía la encrucijada en la que se encuentra la compañía: "Facebook se está volviendo demasiado grande para sus algoritmos informáticos y para el relativamente pequeño equipo de empleados de plantilla y contratistas que tienen que administrar los billones de posts de su red social". Ese mismo diario informaba de que la mayoría de las personas que Facebook tiene ahora revisando los contenidos "son contratistas con bajos salarios en el extranjero que apenas pasan unos segundos de promedio en cada post".