-¿Cómo ha llegado España y Europa a esta situación impensable hace diez años?

-Lo que ha ocurrido es el producto de una derrota de hace muchos años donde las posiciones más conservadoras, hegemónicas desde hace varias décadas, han aprovechado la gran recesión de 2007 para dar un último empuje a esas ideas. Como consecuencia de eso, vivimos en un país más empobrecido y desigual con dos circunstancias políticas relevantes. La primera es la desconfianza de la sociedad y de los jóvenes hacia casi todo, lo que ha dado lugar a una crisis de representación que se manifiesta con la aparición de nuevos partidos. La segunda es la existencia de una concepción muy instrumental de la democracia. Ese fervor democrático que mi generación tuvo ha disminuido y ahora mucha gente considera que es mejor vivir en una sociedad con libertades antes que en una dictadura, pero siempre que la democracia arregle sus problemas.

-La otra gran pregunta del momento es "la economía crece pero yo no lo noto". ¿Por qué ocurre esto?

-Es la pregunta coyuntural. Cuando acaban las recesiones y vuelve el crecimiento lo primero que la gente pregunta es "¿qué hay de lo mío?". ¿Qué pasa con el trabajo que perdí o con la inseguridad laboral en la que vivo? Ahora es el momento de hacer las reivindicaciones. En el debate de los presupuestos generales del Estado este era uno de los centros de la discusión. Todo el mundo asume que la economía crece y el debate está en cómo se va a recuperar lo perdido.

-En la calle se respira una cierta apatía y parece que la precariedad se asume como algo natural. ¿Hasta cuándo puede durar esta resignación?

-No se sabe. Hay un problema de apatía y tiene que ver con el hecho de que las formaciones políticas nuevas que representaron el espíritu de la indignación en la calle han entrado en las instituciones. Ahora hay dos vectores, las instituciones y la calle, tirando en distintas direcciones. Mientras esta lucha por ver quien es el actor preponderante no se resuelve, la presencia de los descontentos en la calle será menor.

-¿Los jóvenes pueden llegar a disfrutar del nivel de bienestar anterior a la crisis o eso se acabó?

-Antes de nada, los jóvenes no pueden mitificar aquella época porque, aunque el paro y la precariedad eran más bajos, las cosas tampoco eran excesivamente buenas antes de 2007. Ante esto está habiendo dos reacciones. Por una lado la de los millenials, que tienen entre 18 y 35 años, y guardan un recuerdo que hubo un momento en que en sus hogares no se hablaba de crisis. Por otro lado, están los centennials, que siempre han vivido en la crisis y en la inseguridad. Ellos no podrán estudiar lo que quieran, como hicieron sus hermanos mayores y padres, y tampoco tienen perspectivas de tener un trabajo estable o simplemente un trabajo en el corto plazo. En ese sentido, se convierten en una generación nihilista y sobre ellos va a ser importante trabajar con políticas públicas porque, de lo contrario, si que pueden convertirse en una generación robada.

-¿Qué opina de la postura de los simpatizantes de Mélenchon de no pedir el voto por Macron para frenar a Le Pen?

-Me parece de una ceguera enorme. Lo que ha enseñado la historia es que lo peor es el fascismo y que ahí no se debe haber ningún tipo de complicidad. Es verdad que en esta segunda vuelta de las elecciones francesas están compitiendo, aunque con muchos matices, el capitalismo que representa Macron frente al fascismo de Le Pen. Yo, particularmente, creo que en esta dualidad no hay color. Macron es el mal menor.

-Aunque no en España, en muchos países de Europa se discute sobre si hay futuro en el marco de este euro. ¿Lo hay?

-Esto es lo que yo denomino como "los silencios sociales", cuestiones que determinan nuestra vida y que no están en el debate publico. Y uno de ellos es Europa y el euro. Hay quien plantea que los problemas que tenemos son debidos a que todas las instituciones europeas están en manos de fuerzas conservadores. Si fuese así, el problema es menor porque se resolvería con que hubiese algún cambio en alguna institución. Pero hay otra versión, muy sugerente también y que defiende gente muy seria, que se pregunta si lo que está mal es el diseño de esta unión económica y monetaria y si estos problemas no se irán complicando a medida que no se complementa con una unión fiscal, bancaria... Lo que es evidente es que la UE no va a poder relegitimarse y que los ciudadanos jóvenes no van a tener el europeísmo de mi generación si a esta UE no se le añade un pilar social que tenga la misma prevalencia de la unión económica. Es decir, un pilar que tenga en cuenta el paro europeo, la precarización estructural o la protección social de forma que de Bruselas no lleguen solo sacrificio sino también democracia y bienestar.

-¿La solución es una vuelta al paradigma keynesiano posterior a la Segunda Guerra Mundial?

-El keynesianismo en un solo país no es viable y eso lo sabemos desde los años de Mitterrand en Francia, que optó por esta vía y fracasó. Pero cuando comenzó la crisis en 2007 y se creó el G-20 para discutir los problemas económicos del mundo y buscar soluciones, las primeras medidas que llegaron eran totalmente keynesianas: había que estimular la demanda, el problema habían sido los estados débiles... El espíritu del keynesianismo aplicado de otra manera es la fórmula para salir de los problemas de ahora. De todas formas, yo soy de los que creo que decir que el fórmula de gobierno que existe en Europa y en el mundo es la neoliberal es de una pereza intelectual enorme. Lo que hay en estos momentos son dosis de liberalismo en algunos aspectos y dosis de intervencionismo en otros. Esta crisis no se hubiera podido resolver si no hubiera habido paladas de dinero público en todas partes para arreglar los problemas de los sistemas financieros, y esto no tiene nada que ver con el liberalismo. Tenemos que encontrar nuevos términos para saber de lo que estamos hablando.