A Eduardo Valladares solo le interesa el arte que permite al espectador entrar y esto es lo que pretende con sus acuarelas, paisajes y marinas impregnados de azules y ocres, que inaugura hoy en la Sala de Exposiciones II de la Sede Afundación de Vigo. "No soporto el arte que no te deja entrar, que no te haga sentir dentro de él", explica este artista autodidacta, que antes de aprender a hablar ya pintaba con el pincelito de la crema para zapatos que le daba su madre cuando se acababa. "Siempre quise ser pintor, desde muy niño, aunque no pude estudiar", afirma.

A pesar de ello, nunca dejó de lado su pasión por la pintura y a los 21 años organizó su primera exposición en Vigo. Desde entonces, compaginó su trabajo con la pintura, una afición que, sin embargo, abandonó durante diez años, hasta finales de 2015, "por razones personales", concreta. Fueron sus tres perritas las que despertaron una vocación que enseguida descubrió que solo había permanecido aletargada. "Empecé pintando a mis perritas a carboncillo y a partir de ahí comencé a pintar de nuevo. Me di cuenta de que la pintura seguía ahí, aunque no hubiera pintado durante ese tiempo", explica.

"Ilusiones renovadas" reúne casi cuarenta paisajes, en su mayoría campos manchegos, marinas y casas deshabitadas en los que se intuye la presencia humana a pesar de no estar presente. "La figura humana no me interesa, pero sí el paso del hombre por los lugares, por esa casa vieja, por ese camino del bosque, por la playa. Me basta con que haya pasado", explica.

Es una exposición que habla también, como indica el título, de ilusiones renovadas. "A mis 71 años, he vuelto a la pintura y lo he hecho con nuevas ilusiones", afirma el pintor vigués, que prepara dos exposiciones en Ourense.

A Valladares le gusta pintar al natural, en el mismo sitio al ser posible porque necesita no solo los colores, también los olores para plasmar el paisaje al lienzo. "Necesito sentir, percibir el espíritu que hay en ese lugar, para después intentar plasmarlo", argumenta. Y si esto no es posible, el pintor siempre tiene a mano su carboncillo para tomar apuntes o en último caso, la cámara. "Pero para pintar un paisaje, antes he tenido que estar allí", insiste el pintor, cuya presencia forma parte de ese paso del hombre por los lugares al que hacía referencia antes. Él se sitúa dentro del cuadro para a su vez invitar al público a sumergirse en sus paisajes.