La historia arranca con veinte minutos en blanco y negro que narra un juicio: de cómo un terrorista armenio salió airoso de un juicio por asesinar por la espalda a un importante personaje turco. Luego nos plantamos en el presente y ese hecho histórico da paso a una recreación de un suceso real: la odisea personal de un periodista español que sufrió gravísimas heridas por un atentado armenio, y su empeño en conocer a sus verdugos para intentar entender las razones de una sinrazón terrorista. La película dramatiza ese hecho creando el personaje de un idealista atormentado por la culpa y las dudas, un romance harto improbable con una compañera de armas, su enfrentamiento con el jefe implacable y su posterior decisión de tomar su propia vía de lucha, lo que incluye saldar deudas con quienes sufren un castigo sin haber cometido crimen alguno. La historia se le va de las manos al director y casi nunca consigue hacerla creíble. De hecho, un momento especialmente dramático al final resulta incómodo de ver por lo mal rodado que está. De buenas intenciones está sobrada la película (incluyendo la sonrisa de esperanza que llega en la última secuencia antes de una panorámica por el paisaje de todos, suponemos que metafórica) pero sus resultados dejan mucho que desear en todos los sentidos.