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LA ESPUMA DE LAS HORAS

Herisau 1956, un cadáver en la nieve

Robert Walser gozó de su mayor reconocimiento literario tras su muerte: se han cumplido sesenta años

Foto de la Policía del cadáver de Walser, el 25 de diciembre de 1956.

Robert Walser podía ser de todo menos previsor de su destino. Reclamó el olvido y, sin embargo, alcanzó la posteridad gracias a su amigo y albacea Carl Seelig, que antepuso el compromiso con el arte a la amistad del escritor que por falsa modestia no mostraba especial atención a su obra. De ese modo, Walser no ha dejado de ser noticia literaria desde la Navidad de 1956, en que unos niños encontraron su cadáver congelado en la localidad de Herisau, al este de Suiza. El pasado domingo hizo sesenta años.

Atento a los detalles aparentemente más insignificantes Walser supo encontrar en ellos metáforas redondas como es el caso de la ceniza que ha acabado por definir su forma de ver las cosas. Si se sopla, se dispersa. No hay nada en ella que se resista a desaparecer volando. "Es la humildad, la intrascendencia y la falta de valor mismas y, lo que es más hermoso, ella misma está obsesionada con la creencia de no valer nada", escribió. No hay nada más inconsistente, débil, insignificante, transigente y paciente que la ceniza.

Seelig podría haber destruido los textos inéditos de aquel miniaturista de lo íntimo que era Walser, pero se limitó a ir buscando corredores de luz para divulgar la obra y mantener abierto un debate sobre el escritor que no quería ser de nadie y fue reclamado por unos y otros.En cualquier caso, si Walser quería pasar al olvido, ¿por qué no destruyó él mismo sus textos inéditos en vez de legarlos al amigo que iba a encontrar más de una razón para archivarlos? Se han hecho la pregunta quienes creen que detrás de una falsa modestia, impregnada de locura, se escondía la tímida vanidad del individualista.

Kafka, que admiró a Walser, también mostró una gran despreocupación por la posteridad, pero ello no significa que no aspirase a que lo leyesen después de muerto. "La moral, siempre recelosa, está dispuesta a percibir cualquier vanidad, y a descubrir en las chaquetas del espantapájaros, en el ingreso de Walser en la clínica psiquiátrica o en la condena kafkiana de la escritura el último gesto de la vanidad personal y la sabia y la más eficaz predisposición de aquella fama de la que se afirma querer escapar", escribió Claudio Magris. La melancolía de la fugacidad pudo con el deseo de mostrarse, aunque el tiempo se ha empeñado en reivindicar a Walser, que mientras vivió tuvo los elogios de Musil, Walter Benjamín o Canetti, pero al que únicamente ha encumbrado la posteridad tras una existencia oscura.

Aquel día de Navidad de 1956, la policía de la ciudad de Herisau al este de Suiza se movilizó: unos niños habían hallado el cuerpo de un hombre, muerto de frío, en un campo cubierto de nieve. Los agentes tomaron fotografías del cadáver. El muerto fue identificado enseguida: Robert Walser, edad setenta y ocho, se había ausentado del psiquiátrico local. En los inicios de su carrera literaria, había ganado cierta reputación en Suiza e incluso en Alemania como escritor. Algunos de sus libros permanecían sin descatalogar; incluso había una biografía suya publicada. Sin embargo, tras un cuarto de siglo internado en instituciones mentales, su escritura se había secado. Sólo recobraba el apetito en los largos paseos. En uno de ellos había muerto. Las fotografías de la policía mostraron un anciano con el abrigo y las botas que yacía tendido, los ojos abiertos, la mandíbula floja.

Seelig dejó escritas las impresiones de sus caminatas con el escritor por el Apenzell, entre 1936 y 1955, cuando éste se encontraba ya internado en el hospital psiquiátrico de Herisau, aquejado de una enfermedad mental hereditaria. Además de "El paseo", "La rosa", "Jakob von Gunten", "El ayudante", "Historias de amor", "Los hermanos Tanner", "El bandido" y "La habitación del poeta", hay también publicados tres volúmenes de escritos en su microscópica caligrafía; microgramas que divagan sobre aspectos pueriles de la existencia, asuntos relacionados con la niñez, el primer amor, el fracaso o el suicidio. Walser usaba, para escribir, el primer papel a mano, hojas de almanaque, sobres, dorsos de las facturas, etcétera. En ocasiones, sus hojas no pasaban de los 8 por 17 centímetros, y aprovechaba todos los blancos con su prodigiosa letra. No hay tachaduras ni correcciones en sus más de 500 manuscritos.

En un clima de desorientación por la enfermedad, decidió prescindir de la pluma y utilizar el lápiz. Llegó a escribir que este último le había devuelto a la infancia, pero hay quienes han querido ver, además, el deseo de sustituir la vocación de permanencia de la tinta por la posibilidad de desaparecer sin dejar rastro gracias a la goma de borrar. La destrucción de la identidad.

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