Es curioso cómo un distribuidor español imaginativo puede alterar con un cambio de título no solo las dintenciones de la película sino, también, sus (escasas) posibilidades de rascar algo en taquilla. Genius hace referencia al personaje de Thomas Wolfe, escritor injustamente eclipsado durante años por la fama de otros colegas como Ernest Hemingway, Faulkner y Scott Fitzgerald. Un genio, sí. Pero en España el foco se aparta y apunta al gran editor Max Perkins, sin duda importante pero que no es el objetivo central de la película porque su vida, más bien anodina de puertas afuera, no tiene peso suficiente para un proyecto que sueña descaradamente con ser la típica cinta culta y exquisita que llegue en buenas posiciones a la carrera de los Oscar.

Es curioso, también, cómo un error de casting puede tumbar el muy estudiado tinglado de forma irreversible. Jude Law ofrece uno de los recitales de histrionismo más extensos e irritantes que se recuerdan. Lejos de profundizar en su complejo personaje, Law lo minimiza y por momentos incluso lo ridiculiza con su inagotable despliegue de tics, muecas y gestualidad desmedida. Wolfe era ciertamente muy dado a los excesos expresivos, según quienes le conocieron, pero esa forma de estar nacía de una manera de ser explosiva, en permanente estado de urgencia, entusiasta y depresivo en combinación peligrosa para la convivencia. Law se limita a convertir sus frases en una excusa para sobreactuar, y lo hace incluso en escenas en las que está solo, mirando al mar: en lugar de dejar que sea la mirada la que muestre todo lo que le quema por dentro, lo intenta expresar con los músculos. Cómo se agradece cuando es su voz la única que suena y no aparece él en pantalla.

Por contra, Colin Firth realiza un trabajo francamente bueno que sí respeta y cerca a su personaje de manera inteligente y precisa. Sin quitarse nunca el sombrero (ni para comer ni en pijama) salvo en los momentos finales (la emoción lo exige), Firth añade a su ya conocida capacidad para encarnar a tipos más bien grises y herméticos unos matices de tristeza congénita y lucidez escéptica que encajan a la perfección en esos escenarios de colores desvaídos, en esa casa donde su mujer y sus hijas no le toman muy en serio, en esa vida dedicada a leer miles de páginas ajenas (por favor, a doble espacio) en las que rastrear talento y que rara vez albergan a un genio. Suyos son los mejores momentos e incluso mantiene el tipo en escenas que sobran, como ese encuentro con un Ernest Hemingway pescador que atufa a tópico de baja estofa.

Lástima que el esforzado guión de John Logan (15 años tardó en ser una realidad, ¿a quién le interesa una historia de escritores en este mundo de bulos y "trumps"?) no cayera en planos de un cineasta menos previsible y que Michael Fassbender (que tan bien encarnó al genio Jobs) no se cayera del proyecto.