Ahmed Ali creció en la ciudad de Qaliubía, en el delta del río Nilo, a una hora de El Cairo. Tiene solo 24 años pero sobre él pesa una condena de 25 en su país de origen, Egipto. En 2015 fue juzgado por participar supuestamente en un evento contra el Gobierno de su país. No estaba presente en su juicio y no pudo decir que es fotoperiodista y que estaba cubriendo el acto. Acogido en España por Amnistía Internacional, Ali recorre estos días institutos y centros culturales de Galicia para contar su experiencia retratando las violaciones de los derechos humanos que se viven en su país desde que la revolución de 2011 llenó las calles de manifestantes que pedían un cambio en el Gobierno de Mubarak. Mañana el Centro Social de Abanca, en Vigo, acoge una de estas conferencias a las ocho de la tarde.

-¿Qué le impulsó a involucrarse en el movimiento?

-Eran jóvenes que querían un cambio verdadero en el país, yo tenía el mismo pensamiento que ellos.

-Los activistas y los periodistas están fuertemente perseguidos y castigados, ¿nunca pensó en abandonar?

-En absoluto, nunca pensé en dejar el trabajo sino todo lo contrario, tenía más ánimos para continuar en ese camino. Al principio, cuando me incorporé al trabajo, lo hice como un medio más, pero empecé a ver que los medios de comunicación solo se enfocaban a las cosas que quería el régimen. Comencé entonces a trabajar en una web en la que mostrábamos el movimiento de los jóvenes. No teníamos ayudas, pero queríamos ser un medio alternativo.

-¿Es complicado trasladarle su experiencia a adolescentes españoles?

-No sé cuánto saben los chicos de la situación de mi país, ni cómo reciben la información, pero prestan mucha atención a lo que les digo y hacen muchas preguntas.

-Supongo que no confía en la Justicia de Egipto. ¿Cómo se reforma un país donde uno de sus principales pilares está roto?

-Es una pregunta muy importante porque si tenemos la respuesta encontraremos la salida a esta situación. Estamos intentando aprender de nuestros errores, que los estudiantes, los chicos de menos de 18 años, tomen conciencia y sea posible cambiar el futuro. De momento es muy complicado arreglar esta columna porque durante 30 años los jueces han tenido hijos y nietos que también se hicieron jueces porque Mubarak les daba el trabajo.

-¿Cómo ve la situación actual?

-Las cosas están peor que antes de la revolución. Con esto no quiero agradecer nada a Mubarak, digo que vamos de mal en peor. Los presos políticos no han hecho más que crecer y antes no había condenas tan fuertes como ahora, que te sentencian a 10 años no por motivos violentos, sino por participar en manifestaciones pacíficas. Además están las desapariciones forzadas, como por ejemplo la de Shawkan, fotógrafo y amigo personal que lleva dos años desaparecido. Se llevan a personas uno o dos meses y después aparecen muertos, en las carreteras o en el desierto. Otros confiesan haber hecho cosas que no son verdad porque les someten a tortura. Yo estuve retenido cinco días y me juzgaron sin estar delante. Los activistas civiles están siendo perseguidos y muchas organizaciones de derechos humanos han tenido que desaparecer en Egipto. Los activistas políticos están reprimidos porque no tienen seguridad.

-A pesar de que la revolución no alcanzó sus objetivos, ¿considera que ha servido de algo a la sociedad egipcia?

-Sin duda. La mayor ganancia es que un gran número de jóvenes comenzó a saber cuáles eran sus derechos, a hablar de política. Los estudiantes veían en la televisión la revolución y salían a la calle a exigir sus derechos y esto antes había sido imposible. El mayor logro de la revolución fue romper la barrera del miedo.

-¿Confía en poder volver a su país?

-En este momento es complicado, pero deseo volver. No sé cuándo, pero tarde o temprano lo haré.