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La ideológica guerra carlista

El historiador Alfredo Comesaña presenta Hijos del Trueno, una monografía sobre la actividad de los partidarios de Don Carlos en Galicia y Portugal

El historiador Alfredo Comesaña y Luis Hernando Larramendi. // J. Lores

El historiador vigués Alfredo Comesaña presentó ayer su obra Hijos del Trueno. La tercera Guerra Carlista en Galicia y el Norte de Portugal en el marco del Club Faro. La monografía indaga en la actividad de los carlistas en la comunidad gallega y las relaciones que mantenían con el país vecino cuando se cumplen 140 años del fin de esta contienda.

La intervención de Comesaña estuvo precedida por la de Luis Hernando Larramendi, presidente de la Fundación Ignacio Larramendi que ha concedido a esta obra el XIV Premio Internacional de Historia del Carlismo Luis Hernando de Larramendi. El presidente de la fundación alabó el trabajo de investigación de Comesaña y destacó la importancia de preservar el patrimonio documental, entre otros periodos históricos, del carlismo.

Este movimiento nació en el siglo XIX motivado por el conflicto en la línea sucesoria de los Borbones. El rey Fernando VII cambió la ley que solo permitía heredar a los varones para que su hija Isabel reinara. Pero el hermano del rey, Don Carlos, reclamó su puesto.

"No solo es un conflicto dinástico, sino que hay una ideología detrás de cada uno de los pretendientes al trono", explicó Comesaña. Los carlistas eran los defensores de la tradición, de que el cristianismo siguiera siendo un referente en el país, de que se impusiera la España floral donde cada reino tuviera sus leyes, costumbres y lenguas y forma monárquica. Los que apoyaban a la reina Isabel eran los liberales que estaban más cercanos a la ideas francesas de la Ilustración.

Comesaña destacó que poco se sabe del último periodo de la guerra, que tuvo lugar cuando, en 1868, la reina Isabel II fue destronada por "varios escándalos similares a los de hoy en día, como la corrupción". Los carlistas vieron su oportunidad y volvieron a intentar recuperar el trono.

Con la rama fernandina lejos de España y la llegada de un rey extranjero, Amadeo de Saboya, que además quería implantar una monarquía más democrática con leyes que regulaban cuestiones religiosas como la libertad de culto, hizo que incluso el sector de los liberales moderados comenzara a apoyar a los carlistas.

"El movimiento por primera vez es un carlismo de papeleta y no de bayoneta" ya que se forman como marca política, relató el historiador. Su estrategia se basaba en lo que Comesaña denomina como "las cuatro P": Prensa, crean nuevas cabeceras desde las que difunden su ideología; propaganda, a través de fotografías, himnos, marchas, etc.; púlpito, se crea un movimiento asociativo donde se exalta la cristiandad, y, por último, la participación electoral, a través del partido Comunión Católica Monárquica. "Muy inteligentemente no pusieron la palabra 'carlista' porque así cogían tanto a los que apoyaban a la monarquía como a los católicos, independientemente de si eran carlistas o no", valoró el historiador.

Los resultados electorales dan muestra de su avance, llegando a obtener 51 diputados electos, seis de ellos por Galicia. Pero su afán pacífico no dura demasiado porque "denuncian pucherazos electorales". Se suceden entonces unos años políticamente revueltos en los que Amadeo I de España deja el trono y se instaura la I República (1873-1874), hasta que regresa Alfonso XII.

El experto explicó que las guerrillas no disponían de los medios necesarios para ser un ejército organizado, así que combatían con armas anticuadas e incluso con palos. Pero su afán no era el de asesinar. Según relata Comesaña, solo hubo un muerto y fue por error: un alcalde ourensano al que apresaron murió cuando a uno de los soldados que lo escoltaban se le disparó el arma accidentalmente.

El objetivo de las guerrillas era saquear a los recaudadores para poder financiarse y, de paso, cortar el suministro económico al Gobierno. "También quemaban los registros civiles porque consideraban que era en el registro de la Iglesia donde debían estar inscritos". En su actividad los carlistas llegaron a ocupar 155 localidades y se hicieron con más de 100.000 pesetas del Gobierno.

El balance de la guerra que el investigador ha logrado recuperar son 900 guerrilleros, de los cuales 285 fueron detenidos, 27 murieron en combate y 37 fueron heridos. Los carlistas eran asesinados o apresados, caso en el que los podían desterrar o enviaban a la guerra a Cuba. "No tenían nada que hacer frente a sus enemigos", considera Alfredo Comesaña.

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