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Piñor, el pueblo que vive de la muerte

Este municipio ourensano, en el que se concentran 10 fábricas de féretros que emplean a decenas de vecinos, convive de forma natural con lo que para el resto es un tabú

Yago González muestra un ataúd ya rematado. // Jesús Regal

En Piñor de Cea la muerte es un asunto de negocios que se trata en las conversaciones de la sobremesa familiar y de la partida en el café. Es algo totalmente normal. Porque en este pueblo de poco más de mil habitantes, la producción de ataúdes es un oficio que pasa de padres a hijos y el sustento económico de decenas de familias.

Las fábricas se levantan a ambos lados de la carretera principal y su presencia solo impacta a los peregrinos que atraviesan la Vía de la Plata. Por un momento dejan de fotografiar monumentos y paisajes para recoger con sus cámaras la insólita proliferación de naves y almacenes de féretros en tan pocos metros cuadrados. "Ponen cara de susto y empiezan a sacar fotos y a grabar como si nunca hubiesen visto un ataúd", relata Víctor Gallego, copropietario de Ataúdes Gallego, la empresa que fundó su padre y que hoy es número 1 en España en calidad. Lo que para el común de los mortales (nunca mejor dicho) resulta perturbador, para ellos no es más que un medio de vida, un trabajo en una fábrica de muebles en la que solo cambia "el toque final", apunta Lalo Arce, responsable de exportación de esta empresa y el único en un equipo de 27 trabajadores que no es de Piñor.

"Unos diseñan y ensamblan cocinas y nosotros ataúdes", indica Manuel Janeiro, propietario de la empresa más antigua de las 10 actualmente activas en este municipio. "Aquí al lado está Cea, donde lo fuerte es el pan, ¿no? Pues lo nuestro es fabricar cajas. A nosotros no nos impresiona la muerte", señala. Su abuelo fundó la compañía que hoy dirige él, un niño que pasó de jugar entre los ataúdes a fabricarlos. "Mis dos hermanas hicieron carrera pero a mí no me gustaba estudiar y me puse a trabajar con la familia", relata. Desconoce si habrá relevo generacional para la empresa y admite dudas respecto a lo que cree que será mejor para sus dos hijas que ahora tienen 11 y 17 años: "A mí me gustaría que ellas siguieran porque es la empresa de mi abuelo, pero... la verdad es que ahora no es buen momento para esto, se trabaja mucho y se gana poco. Sí, si mis hijas quieren hacer carrera mejor, aunque da pena cerrar", concluye.

Aunque el negocio que genera la muerte es duradero, el sector tiene muchos frentes abiertos. La competencia china, desde luego, pero hay más. La tendencia creciente a la incineración o la despoblación, por ejemplo. Este sector sigue muy de cerca las pirámides demográficas y está muy pendiente de sus dinámicas. "Ahora estamos hablando de 40.000 o 50.000 decesos menos al año que antes", apunta Lalo Arce.

Ataúdes Gallego exporta la mitad de su producción y el competidor chino no le hace tanto daño como al resto de empresas pequeñas que conforman la industria del ataúd en Piñor. Los tres hermanos Gallego apostaron por la calidad, el producto ecológico y la innovación y tienen su propio espacio en el mercado internacional. La empresa pequeña, en cambio, sí tiene que luchar contra el gigante chino que ha introducido su producto en los servicios funerarios sin que el cliente llegue a conocer la procedencia de la caja. "He visto desaparecer por esta competencia a empresas maravillosas que fueron un referente en Galicia", apunta Janeiro, "el producto asiático es lo que nos hace desaparecer, se pasa muy mal porque hay que ajustar mucho el precio para competir, pero llega un momento en que ajustas tanto que ya casi no ganas. Cualquier incidencia en una partida se convierte en pérdidas". José Luis González, alcalde de Piñor y propietario también de una empresa familiar que se dedica al acabado de ataúdes, sostiene que "el auge" de esta competencia ha quedado un poco atrás y que tanto el cliente directo como las funerarias "se van convenciendo de que el producto nacional es mejor". Si antes las importaciones de cajas chinas copaban el 50% del mercado, afirma, "ahora es el 30%".

El alcalde cuenta de cabeza el número de fábricas asentadas en Piñor, diez, y el número de trabajadores, unos 50. Los conoce porque son vecinos, amigos y en último lugar competidores. Si alguien se pregunta por qué proliferó la industria del ataúd en Piñor él puede explicarlo como representante del pueblo y como implicado: "Nuestros abuelos ya fabricaban, de vez en cuando algún empleado se iba y se montaba por su cuenta hasta que alguno de sus trabajadores había lo mismo. Hoy, salvo dos que realizan el proceso completo, el resto nos complementamos, unos fabrican y otros rematamos". Él tiene relevo, su hijo Yago, un joven que no se siente raro por ser un chico que fabrica ataúdes: "Mis amigos son los hijos y nietos de las otras empresas, todos nos criamos en lo mismo".

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