El tratamiento de las cenizas de los difuntos habrá de cambiar ampliamente según las normas que ayer hizo públicas el Vaticano y que en síntesis siguen recomendando la sepultura, pero admitiendo la cremación siempre que el difunto no haya dispuesto lo contrario. Ahora bien, si el finado ha optado por la incineración y dispersión de sus cenizas en la naturaleza, la Iglesia le negará las exequias. El Vaticano entiende que la dispersión de las cenizas en la naturaleza puede ser signo de "panteísmo o nihilismo".

Así pues, las cenizas no han de dispersarse, ni conservarse la urna cineraria en casa, ni repartirse entre familiares, ni ser convertidas en joyas o recuerdos, sino ser depositadas en un "lugar sagrado", como cementerios e iglesias con su capilla de ánimas o sus columbarios.

Todo ello viene referido en la instrucción "Ad resurgendum cum Christo" (Para resucitar con Cristo), acerca de la sepultura de los difuntos y la conservación de las cenizas en caso de cremación", un documento difundido ayer, aprobado por el Papa Francisco y elaborado por la Congregación para la Doctrina de la Fe. El cardenal Gerhard Müller es el prefecto de dicha Congregación, y el jesuita español Luis Ladaria, el secretario de la misma.

Norma severa

De todas las normas citadas, la más severa atañe al difunto que haya dispuesto su cremación con el fin de que sus cenizas se fundan con la naturaleza. En ello ve la Iglesia un "malentendido de tipo panteísta, naturalista o nihilista", e, incluso, desde el punto de vista de su doctrina, considera que la decisión pudo ser tomada "por razones contrarias a la fe cristiana". Por ello concluye que "se le han de negar las exequias" (en su casa u hospital, en la iglesia o en el cementerio).

Por el contrario, el procedimiento correcto en caso de incineración y después de la celebración de las exequias, consiste en que "la Iglesia acompaña la cremación con especiales indicaciones litúrgicas y pastorales, teniendo un cuidado particular para evitar cualquier tipo de escándalo o indiferencia religiosa". Después, "las cenizas del difunto, por regla general, deben mantenerse en un lugar sagrado, es decir, en el cementerio o, si es el caso, en una iglesia o en un área especialmente dedicada a tal fin por la autoridad eclesiástica competente". Esta localización de las cenizas permitirá "reducir el riesgo de sustraer a los difuntos de la oración y del recuerdo de los familiares y de la comunidad cristiana". Lo contrario supondría "olvido, falta de respeto y malos tratos, que pueden sobrevenir sobre todo una vez pasada la primera generación, así como prácticas inconvenientes o supersticiosas".

Por ese motivo "no está permitida la conservación de las cenizas en el hogar", salvo en "casos de graves y excepcionales circunstancias", o por "condiciones culturales de carácter local". En tales casos, las cenizas en el ámbito doméstico dependerán del permiso específico del obispo del lugar. Pero una vez conservadas en un domicilio "no pueden ser divididas entre los diferentes núcleos familiares". Tampoco se permite "la dispersión de las cenizas en el aire, en la tierra o en el agua o en cualquier otra forma", o elaborar con ellas "recuerdos conmemorativos, en piezas de joyería o en otros artículos".

"La cremación del cadáver no toca el alma y no impide a la omnipotencia divina resucitar el cuerpo", argumenta el texto rubricado por Müller y Ladaria, pero la incineración ha traído "nuevas ideas en desacuerdo con la fe de la Iglesia", y de ahí esta "nueva instrucción".

"Por la muerte, el alma se separa del cuerpo, pero en la resurrección Dios devolverá la vida incorruptible a nuestro cuerpo transformado, reuniéndolo con nuestra alma", argumenta la instrucción, la cual ensalza la sepultura de los cuerpos según ejemplo de "la muerte, sepultura y resurrección del Señor". Así, "la Iglesia entregará los restos mortales del cristiano a la tierra con la esperanza de que resucitará en la gloria".

Siguiendo el precepto bíblico de sepultar a los muertos, como "una obra de misericordia corporal", las tumbas permiten además "la compasión y el respeto debido a los cuerpos", favoreciendo "el recuerdo y la oración por los difuntos por parte de los familiares y de toda la comunidad cristiana".

El delegado diocesano de Liturgias de la Diócesis Tui-Vigo, José Diéguez, aseguraba ayer que "la cremación es hoy en día equiparable al entierro" pero está de acuerdo en que el nuevo documento del Papa "insista en que las cenizas deben de ser depositadas en un lugar sagrado, ya que el cristiano entiende la muerte como resurrección y no tiene ningún sentido esparcir las cenizas en ningún lugar, una costumbre que cada vez se extiende más y no está de acuerdo con el sentido cristiano", explica.

En cuanto a la polémica de que este documento signifique una prohibición para los cristianos, Diéguez opina que "el Papa es la figura principal de la Iglesia y los que se sientan miembros de ella aceptarán su autoridad".

Torres Queiruga aplaude

Por su parte, el teólogo gallego Andrés Torres Queiruga aplaude el documento papal "en cuanto a la necesidad de hacer una llamada de atención a que la muerte es muy importante en la fe cristiana y hay que tratarla con mucho respeto". Sin embargo, no considera adecuado que "se convierta en un mandato legal, en un objeto de legislación, ya que en la comunidad cristiana tiene que haber unas normas de convivencia pero no prohibiciones", explica. Lo más negativo del documento papal, apunta, "es la teología tan arcaica que transmite en cuanto a la división del alma y el cuerpo, que está muy desfasada; creo que son los últimos coletazos del Santo Oficio".