Aldeas Infantiles SOS lleva 70 años trabajando por la infancia, por el cuidado y bienestar de millones de niños en el mundo. El pasado viernes vio reconocido este trabajo con el premio Princesa de Asturias de la Concordia 2016. Entre los representantes de la institución que viajaron hasta Oviedo para recoger el galardón estaba Rosa Freire, presidenta de la asociación en Galicia que ayer, recién llegada de la ciudad asturiana, confesaba que el premio ha sido "un subidón" después de haberlo acariciado en varias ocasiones.

"Cuando los miembros de Aldeas se levantaron a recogerlo estaban tan emocionados que todos los delegados de las comunidades que estábamos allí nos pusimos a llorar, fue una cosa maravillosa", cuenta Freire todavía con la alegría en el cuerpo.

Ha dedicado 40 años de su vida al cuidado de los miles de niños que han pasado por el centro que la organización internacional tiene en Redondela, el segundo más antiguo de España, y ha vivido la ceremonia de entrega "con una enorme ilusión". "Lo llevábamos esperando mucho tiempo, algunos años parecía que nos lo iban a dar, pero al final nada y este por fin lo hemos conseguido", dice satisfecha.

Recuerda que los inicios fueron duros porque "mucha gente no entendía bien que era eso de una aldea infantil y que se cogieran a los niños, la gente los abandonaba muy pequeños porque no los podían mantener y esperaba que nosotros los recogiéramos". Sin embargo, el fin último de Aldeas Infantiles es, como apunta Freire, que los niños vuelvan con sus padres: "Nosotros los acogemos un tiempo, tenemos que ayudarlos y educarlos a ellos, pero también a sus familias porque a veces hay que explicarles cómo hay que atender a los niños, que tiene que ir limpios, que no se les puede pegar... Pero tienen que volver a su casa". Explica que se han enfrentado a casos en los que los padres eran irreconducibles y que aún así nunca se han rendido: "Aquí tenemos solución para todo".

El perfil de los menores que atienden se ha ido modificando con el tiempo. "Antes eran bebés, nos los traían así, recién nacidos, pero ahora atendemos a niños de otras edades que tienen problemas en su casa y tienen que pasar un tiempo con nosotros mientras mejora la situación".

Freire reconoce que el día a día no siempre es fácil y que a pesar de todo el camino andando todavía "queda mucho" en lo que trabajar. "Hay que hacer labor, pero merece la pena", asevera optimista para después ejemplificar algunos de los miles de casos en los que han ayudado a los menores a desarrollar su vida.

Con una responsabilidad tan ingente y brutal como es el cuidado de la infancia, el premio Princesa de Asturias de la Concordia les proporciona un respaldo para continuar adelante. "Para mí esto es mi vida, llegan aquí y somos una familia, aunque se vayan nunca nos olvidan y nosotros nunca los olvidamos a ellos, seguimos en contacto y que nos den este premio... es una gran emoción", remata Freire.