André Téchiné es un cineasta que estrena películas cada dos o tres años. Le gusta desarrollar melodramas que bombean intriga (a veces con arterias policiacas) para llevarlos a un terreno personal marcado por la austeridad estética, la ausencia casi total de efectismos y la narración pausada donde la creación de atmósferas alcanza una importancia decisiva porque suele haber un personaje que lo trastorna todo y atrae la fatalidad y el desequilibrio a quienes le rodean. Tiene títulos interesantes pero fallidos, otros que son un fracaso sin paliativos, uno muy bueno (Los ladrones) y otro muy cercano a la obra maestra: Los juncos salvajes. Cuando tienes 17 años tiene cierto parecido con esta última, pero su alcance es mucho más limitado. Historia de amor homosexual entre dos adolescentes que primero se llevan a matar y poco a poco se van (re)conociendo en sus dudas y temores hasta que todas las piezas sentimentales y sexuales encajan, la cinta de Téchiné avanza sin prisas y con meditadas pausas por un escenario donde la fragilidad de las emociones y los forcejeos de la mente con el deseo se adueñan de cada mirada, de cada gesto. Casi de cada palabra. Con una presencia del paisaje y los cambios del clima que dan un espesor visual muy atractivo, bien interpretada y nada maniquea, la película se atranca por desgracia cuando esboza la interesantísima variante de la madre sometida a los vendavales de la soledad ylas urgencias carnales, y se viene abajo con la subtrama militar que introduce un zarpazo dramático de lo más previsible para desencadenar un final que no pega ni con cola.