En el invierno de 2004, Nathan Copeland, un joven de 18 años que vive en Pensilvania, tuvo un accidente de coche en el que se rompió el cuello y se lesionó la médula espinal, dejándolo con tetraplejia desde la parte superior del pecho hacia abajo, incapaz de sentir o mover los brazos y las piernas, por lo que necesitan asistencia en todas sus actividades diarias. Estaba en su primer año de universidad cursando la carrera de nanofabricación.

Justo después del accidente se inscribió en el registro de pacientes dispuestos a participar en ensayos clínicos de en la Universidad de Pittsburgh (UPMC). Una década después, y tras pasar las pruebas que mostraban que era apto, Nathan fue intervenido en la primavera pasada. Le implantaron cuatro diminutos microelectrodos, cada uno aproximadamente la mitad del tamaño de un botón de la camisa en el cerebro. "Puedo sentir casi todos los dedos y es una sensación muy rara", afirma Copeland, quien puede sentir presión y distinguir su intensidad, en cierta medida, aunque no puede identificar si una sustancia es caliente o fría.

El enorme avance ha sido posible gracias a un brazo robótico controlado mentalmente por su cerebro, tras ser microestimulado por una interfaz conectada a un ordenador, según anunciaron ayer investigadores de la Universidad de Pittsburgh (UPMC), que han desarrollado esta tecnología.

El avance, que ha sido publicado en Science Translational Medicine, demuestra que la microestimulación intracortical de la corteza cerebral ofrece un gran potencial en la creación de neuroprótesis sensoriales para restaurar la sensación táctil.

"El resultado más importante de este estudio es que la microestimulación de la corteza sensorial puede provocar sensación natural en lugar de hormigueo", señala el coautor del estudio Andrew B. Schwartz, profesor de neurobiología de la Universidad de Pittsburgh.

Los investigadores destacan que la estimulación es segura y las sensaciones evocadas son estables durante meses. "Todavía hay gran cantidad de trabajo que realizar en esta investigación para entender mejor los patrones de estimulación necesarios para ayudar a los pacientes a realizar mejores movimientos", añadió.

Esta no es la primera ver que el equipo de Pitt-UPMC utiliza un programa que conecta el cerebro a un ordenador y una prótesis (BCI). Hace cuatro años, otra de las coautoras del estudio, Jennifer Collinger, que es profesorá asistente del Departamento de Medicina Física y Rehabilitación de Pitt, consiguió que Ene Scheuermann, afectada por una tetraplejia causada por una enfermedad degenerativa, se alimentará a sí misma usando un brazo robótico controlado mentalmente. Y, años antes, Tim Hemmes, paralizado en un accidente de motocicleta, consiguió tocar la mano de su novia.

Para el doctor Gaunt, y el resto del equipo de investigación, este era el siguiente paso para el BCI. A medida que buscaban al candidato adecuado, desarrollaron y perfeccionaron su sistema de tal manera que las aportaciones del brazo robótico se transmiten a través de una matriz de microelectrodos implantados en el cerebro donde se encuentran las neuronas que controlan el movimiento de la mano y el tacto.