Lo avisa Koldo Serra desde el mismo comienzo de "Gernika": una secuencia de animación, de una técnica y virtuosismo imposibles en el año 1937, es proyectada en el cine de la localidad. Queda claro, por tanto, que la película no va a ser, sobre todo porque no lo pretende, una recreación historicista de un infame episodio que no debemos olvidar. Pocos minutos después, en la presentación de los personajes de dos de los periodistas extranjeros que cubren la Guerra Civil, una bomba furtiva hace explotar un pequeño coche: los reporteros vuelan por la onda expansiva, ejecutando la coreografía típica del cine de acción estadounidense. El espectador ya se da cuenta de que ésta no es otra película más en la supuesta excesiva lista de filmes sobre nuestra contienda fratricida.

A partir de cierto momento, "Gernika" se convierte en una historia de amor como "Titanic", de ésas de besos bajo la lluvia y pasiones románticas "bigger than life", que convierte a sus protagonistas en héroes inasequibles al desaliento; todos sabemos cómo terminará la relación. Yo supongo que harán estas cosas para garantizarse el impacto emocional del desastre que vendrá: ya se sabe que al espectador le dolerá más que maten a los enamorados que se besan bajo la lluvia que a un anónimo pueblo entero.

Serra es un hábil contador de historias, con una economía expresiva y una cierta potencia rítmica, pero aquí todo suena a espectáculo "by the numbers", sin mordiente, diseñado y ejecutado milimétricamente para cumplir unos cánones para todos los públicos. Lo prueba las escenas del bombardeo, el supuesto clímax: no crean que soy un ser sediento de sangre, pero la verdad es que me han parecido asépticas, poco intensas, hasta pacatas.

O sea, que si no funciona como reimaginación potente de un episodio bélico ni como historia de amor tremenda, ¿qué tenemos'? Un espectáculo excesivamente correcto y que, quizás por eso, gustará.