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El estío musical de Ámsterdam (y 4)

Rembrandt y Vermeer en el adiós

Una imprescindible visita a las obras maestras de dos genios de la pintura

Rembrandt y Vermeer en el adiós

En el túnel de acceso al imponente Museo Real (Rijksmuseum) conjuntos juveniles hacen buena música durante la apertura de las salas. Son sin duda estudiantes del gran Conservatorio de la ciudad, emplazado a pocos metros del estuario por el que los canales se unen al mar. La música callejera, de todos los géneros, tiene mucho nivel. En la fachada del Concertgebouw nos sorprende a diario un formidable acordeonista que borda la música de Bach, incluidas fugas a varias voces. Casi da corte poner unos euros en el cestillo de estos artistas, que así sufragan su vida y estudios. Ciudad cara, Amsterdam se apasiona con la música. Tenemos la suerte de coincidir con una fiesta tradicional en el Canal del Príncipe. Las lanchas se amontonan y atascan cientos de metros en torno a un escenario flotante donde, a partir de las cuatro de la tarde, empieza el concierto a cargo de una soprano clásica que alterna con prodigios como una increíble arpista de doce años. El repertorio se hace festivo y popular a medida que pasan las horas y las "birras" surten efecto. Ya en la madrugada, sería digno de ver y escuchar lo que entonces ocurre en el singular tapón de barquitos.

| Deslumbrados y agotados. En el Rijksmuseum empezamos consultando un mapa editado en todas las lenguas (también la nuestra, milagro) y vamos disparados a las salas de Rembrandt, Vermeer, Frans Hals y demás glorias holandesas del siglo XVII. Larga y primera parada ante La ronda nocturna, del primero, que es apabullante. El gran formato atrae la aglomeración de visitantes y el fogonazo de sus flashes, pero nadie molesta a nadie. Todos tenemos oportunidad de aproximarnos a un metro de la pintura y gozarla en todos sus ángulos, cosa que no ocurre en el Louvre ante La Gioconda de Leonardo, siempre separada de la vista por una barrera infranqueable de japoneses. La maestría de Rembrandt, su sabiduría de la luz, el dinamismo de las figuras, nunca inmovilizadas como modelos inertes, la elocuencia del claroscuro en la planificación de la perspectiva, la sensación atmosférica y, en resumen, todo lo que esperábamos y mucho más, ratifica la certeza de que el gran holandés solo admite comparación con Velázquez, a gran distancia de Caravaggio. Los "milicianos" de la ronda están vivos. Tanto, que han sido repetidos con desigual fortuna por muchos otros pintores de la época. Todos están allí, espléndidamente plasmados en muchos casos pero nunca comparables.

En realidad hay pocos Rembrandt en el museo, todos geniales como sus autorretratos o los impresionantes de Marten Soolmans y Oopjen Coppit, esposo y esposa de la rica burguesía de Amsterdam y Amberes en los tiempos de la ocupación española, pintados por el artista cuando tenía 24 años. En número de piezas, son más las de la Pinacoteca Antigua de Berlín, que hemos visitado muchas veces, pero tampoco resisten la comparación.

Lo mismo ocurre con Vermeer, representado en pocas pero sublimes piezas. Fueron más numerosas las de la reciente exposición del Museo del Prado, que incluía la celebérrima Joven de la perla, aquí ausente por pertenecer al museo de La Haya. Pero todos los cuadros del genio de Delft son igualmente divinos en su pequeño formato, sus interiores con luz prodigiosa, su naturalidad insuperable. La lechera, La mujer de azul leyendo una carta, La carta de amor o la preciosa Callejuela donde vivió el pintor, bastan para hacernos felices a pesar del chasco de no encontrar allí las maravillas que reflejan la afición musical de Vermeer, plasmada en escenas de conciertos domésticos con instrumentos como el laúd, la viola da gamba, el virginal y la guitarra barroca. Están diseminadas en Londres, Kenwood, París, Nueva York y Washington. Tan solo La carta de amor, leída por una mujer mientras sostiene su laúd, testimonia aquí la predilección musical del gran Johannes.

Vemos piezas de Frans Hals, populistas y jocundas, espléndidas de realismo y vivacidad, como también las de Steen y otros maestros del XVII. Ciertas escenas orgiásticas denotan una libertad de costumbres escasamente calvinista, aunque en nada recuerdan la aséptica oferta actual de la prostitución en vitrinas expositoras, que han salido del gueto del "barrio rojo" para extenderse por calles convencionales y son detectables a distancia por el tubo de neón rojo encendido sobre el escaparate a cualquier hora del día y de la noche.

Después de casi cuatro horas en pie, yendo y viniendo sobre las mismas pinturas, quedamos incapacitados para abordar otras plantas del museo. Buen motivo para volver.

| Hasta Lucerna. El programa ruso en el Concertgebouw, último de nuestra eleccìón, es de la Real Orquesta Fìlarmónica de Estocolmo, la más cotizada de todas las suecas junto a la de Gotemburgo, dirigida por su titular Sakari Oramo (50 años), uno de los grandes de la escuela finlandesa que exporta nombres como Segerstram, Salonen, Saraste y otros. Comienza con un fenomenal poema sinfónico de la rusa Victoria Borisova-Ollas, de 47 años, presente en la sala. Con el título "El suelo se abre", está inspirado en la novela de Salman Rushdie "La tierra bajo sus pies", regreso al mito de Eurídice en el escenario de los terremotos de México a finales del siglo pasado. Con una macro-plantilla orquestal, la descripción del seismo elude la truculencia y es admirablemente musical. El público aplaude cortésmente, sin ponerse en pie. Como solista, el pianista macedonio Simon Trpceski (37 años) toca sobrado y dominador la "Rapsodia Paganini" de Rachmaninov y se embolsa a la audiencia con la muy famosa variación 18ª. En el bis se limita a acompañar a la primera chelista del conjunto con el inefable "Vocalise" del mismo autor. Finalmente, la lectura de la "Quinta sinfonía" de Tchaikowski está a punto de reconciliarme con este texto efectista y resobado.

El gran aeropuerto de Schiphol parece tan atestado como el de Frankfurt. Los aviones han duplicado con el low cost su hegemonía en el calentamiento global y el cambio climático. Irónico contraste con el celo ecologista de Amsterdam, pero nos preguntamos melancólicamente qué haríamos sin ellos. Amigas y amigos nos emplazamos el verano que viene en Lucerna, otra de las grandes citas del sinfonismo europeo. Que la salud nos acompañe. El espíritu está presto, pero la carne es débil...

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