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Si han de parpadear, háganlo antes de entrar

Hermosa y singular, "Kubo y las dos cuerdas mágicas" es una de esas películas que nos reconcilian con el cine

Kubo.

Muy de cuando en cuando, llega a las pantallas una película especial, inesperadamente mágica, de esas que te reconcilian con el cine. "Kubo y las dos cuerdas mágicas", la más reciente producción del estudio Laika (el mismo que nos regaló siete años atrás "Los mundos de Coraline"), pertenece a esta categoría. Ya desde su primera e impactante escena, en la que una mujer vaga a la deriva, hostigada por la luna, en un mar embravecido, la película te atrapa, independientemente de la edad. "Si han de parpadear, háganlo ahora", advierte una voz infantil, adivinamos que de Kubo, y en verdad es un buen consejo. De inusual belleza, el Japón que ilustra "Kubo y las dos cuerdas mágicas" hunde sus raíces en los relatos míticos que despertaron la imaginación de los grandes cineastas nipones, con Kurosawa y Mizoguchi a la cabeza. De hecho, ese es un tema central de la película: la creación de un relato mítico y, casi por definición, de un héroe de leyenda. Ese chaval, Kubo, que guarda curiosos paralelismos con el Kvothe de Patrick Rothfuss, principalmente su condición de músico con un ligero dominio de la magia y la traumática pérdida de sus padres.

Gracias a su shamisen y a las dotes mágicas heredadas de su madre, que le permiten otorgar movimiento a las figuras de origami, Kubo puede ganarse la vida como cuentacuentos. Pero la oscuridad persigue al rapaz, que tendrá que completar el viaje del héroe (Joseph Campbell, siempre con nosotros) para cumplir su destino y salvar a la comunidad. La meta siempre es la misma, así que lo que cuenta es el viaje. Y el trayecto de "Kubo y las dos cuerdas mágicas"está plagado de hallazgos, de logros insospechados.

Entre ellos, destaca el lirismo con el que Travis Knight filma esos relatos inconclusos que el chaval entrega por unas monedas a un público entusiasta, pero también la estupenda creación de ambientes, la soberbia música de Dario Marianelli, las mecánicas que rigen las relaciones de los personajes y esa reivindicación de la memoria como parte insustituible y definitoria del ser.

Y todo ello, ahí es nada, filmado con un método tradicional, el "stop motion", que lejos de ser una rémora dota a las imágenes del filme de una belleza perdida, olvidada tras la revolución digital.

Profunda y hermosa, entrañable incluso en sus pequeñas imperfecciones, "Kubo y las dos cuerdas mágicas" vale cada céntimo que cuesta la entrada del cine. Lo dicho: si han de parpadear, háganlo antes de entrar en la sala.

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