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Juan Antonio Martínez Camino: "En cuanto a moral, no podemos presumir de estar por encima de nuestros padres"

Monseñor Juan Antonio Martínez Camino. // Mara Villamuza

El obispo titular de Bigastro y auxiliar de Madrid (2008), Juan Antonio Martínez Camino, cuyo rostro alcanzó gran popularidad en la década 2003-2013 que ocupó la secretaría general y la portavocía de la Conferencia Episcopal Española, es licenciado en Filosofía y Letras, doctor en Teología (fue profesor de la Universidad Pontificia de Comillas y catedrático de la Facultad San Dámaso de Madrid) y autor de una decena de libros, el último "Testigos. Para evangelizar la cultura de la libertad".

-¿Cuáles son hoy os fosos de los leones donde son arrojados los mártires católicos del siglo XXI?

-Los medios de comunicación nos lo cuentan a diario: el éxodo de Mosul, las persecuciones severas en ciertos países del norte de África y Oriente Medio, el genocidio en Alepo (Siria)...

-¿Y qué hay de los mártires no cruentos, aquellos que sufren acoso o sencillamente menosprecio social por profesar la fe cristiana?

-La palabra mártir, que define a quien da su vida por Cristo, el mártir de los mártires, es demasiado sagrada para generalizar su uso. A lo que usted se refiere le puso nombre el Papa Benedicto XVI; lo llamó "escarnio social". Y sí, existe en el contexto de una cultura que mira por encima del hombro a los cristianos, de forma muy especial en Europa occidental. En realidad no es un fenómeno nuevo, los cristianos llevamos perseguidos toda la vida con mayores o menores consecuencias.

-La historia es abundante en ejemplos de que ante una crisis global como la presente la gente busca refugio en lo espiritual, ¿tiene la percepción de que esto sea así?

-Hay de todo... Cuando falla la consecución del tan ansiado prestigio social y el bienestar económico -y suelen fallar a la vez- surge la pregunta: ¿para qué vivo? Y es entonces cuando algunas personas se replantean su vida, porque se dan cuenta de que se puede fracasar en lo económico pero tener plenitud humana. Es llamativo, en este sentido, lo que ha ocurrido en el Seminario de Madrid: este año hemos tenido veinte nuevas incorporaciones, de los cuales cinco se convirtieron al sacerdocio con más de treinta años. La crisis ha hecho tambalearse unos presupuestos que parecían inamovibles y esto ha generado un nuevo ambiente, los más lúcidos comienzan a dudar del materialismo.

-¿Qué dice de la crisis moral?

-La percepción común es de que la vida social española no se caracteriza por su honradez; se emplean mucho las grandes palabras -solidaridad, altruismo, transparencia-, pero estas palabras no están respaldadas con hechos, con lo cual ocurre lo del refrán "Dime de qué presumes y te diré de qué careces". Definitivamente, desde el punto de vista de la moral no podemos presumir de estar por encima de nuestros padres y abuelos.

-La pobreza se ha disparado en España, ¿cree que se le reconoce lo suficiente a la Iglesia lo que hace para combatirla a través, por ejemplo, de organizaciones como Cáritas?

-Cáritas pertenece a las realidades indiscutibles de España, todo el mundo sabe la labor que presta y cómo lo hace, sin distinción de credo. Tanto ha crecido que ha doblado su cifra de voluntarios, ya son 50.000. La Iglesia no existe sin la palabra (el anuncio de quién es Dios), la liturgia y la caridad, y no cabe duda de que Cáritas fortalece esa tercera pata. Por no hablar de la caridad cristiana que sigue vías no institucionales; es decir, la que practican los creyentes de forma particular, que es incalculable.

-Es frecuente que la Iglesia sea criticada por su inmovilismo y su falta de "adaptación a los tiempos". ¿Qué opina al respecto?

-La Iglesia se mueve por definición, otra cosa es que lo haga menos de lo que algunos querrían o en otra dirección. La inercia del movimiento la marca Dios y se mueve tan fuerte que ha sido motor de la sociedad en toda la Historia.

-Se le ha etiquetado como ultracatólico; ¿le irrita ese estereotipo?

-La verdad es que me importa un bledo; lo único que a mí me interesa es poder responder con mi humilde persona a lo que la Iglesia me demande en cada momento. Ya sé que eso exige a veces tener que aceptar la marginación y la difamación, pero también sé que me permite poder disfrutar de la vida en libertad y en la fe de Dios.

--¿Son tan ásperas como aparentan la relaciones entre las diferentes sensibilidades de la Iglesia española?

-La Iglesia es un grupo social amplísimo y heterogéneo, y claro que hay diversas formas de entender qué es ser católico en un momento concreto; si analizamos la vida económica y política, con más razón todavía porque, a diferencia de otras religiones, no hay una economía de orden divino, ni siquiera un derecho de orden divino. La Iglesia católica se vale de la recta razón para orientar ese tipo de organización de las relaciones sociales. Por tanto, las tensiones son normales, con el límite obvio del marco de la fe católica, y llegado a este punto también le digo que posiblemente nunca en los últimos doscientos años habíamos estado tan bien avenidos como ahora.

-¿Cuánto le preocupa a la Iglesia que España siga sin Gobierno nueve meses después y sin un panorama claro de que esto vaya a cambiar? ¿Hay asuntos de urgencia que deban ser tratados con un nuevo gobierno o todo puede esperar?

-Sobre ese particular debería preguntarle a la Conferencia Episcopal Española, de la que ya no soy portavoz. Yo no soy quién para fijar postura al respecto.

-El séptimo mandamiento condena el robo, pero en un análisis más amplio también el pago de salarios injustos, la especulación, la falsificación y los fraudes; prohíbe la usura, la corrupción, el abuso privado de los bienes sociales... Me temo que en España hay mucho pecado hay que expiar, ¿no cree?

-Esos pecados, ciertamente, son gravísimos y tienen una gran trascendencia porque los ciudadanos están implicados, son víctimas. La crisis moral de la que antes hablamos tiene, entre otras, este tipo de expresiones y es que cuando las metas de la vida se fijan sólo en términos materiales se pierde la perspectiva para actuar con justicia. Hay un excesivo apego al dinero y cuanto más materialistas somos, más difícil es no robar.

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