El argentino Miguel Ángel Reigosa presume de poseer la colección privada más grande del mundo de esta bebida y de estar a sólo 483 botellas de superar al emblemático Museo del Whisky de Edimburgo, en Escocia, que cuenta con 3.500.

Este "agua de vida", como se traduce el término en gaélico, enamoró a Reigosa con sólo 14 años, después de una mala experiencia con algún cóctel. "Comencé a los 14 años y nunca más perdí la pasión. La única bebida que tomo es whisky, a veces un poquito de cerveza", explica el coleccionista. A partir de ahí comenzaría su carrera, primero comprando botellas en miniatura, luego ejemplares exclusivos y, posteriormente, a trabajar por la bebida que mueve su vida a través de la asociación Whisky Malt Argentina y del Museo Argentino del Whisky, que ya cuenta con 2.900 botellas, o "almas", como le gusta decir.

No es escocés ni tiene sangre inglesa, sólo ese espíritu "luchador" que le inculcó su familia, todos emigrantes de Lugo, y que hoy, tras años de esfuerzo, le ha valido el respeto de eminencias del sector y el sobrenombre de "el rey de whisky" en el Cono Sur americano.

"Lo que tú has hecho en Argentina es lo mismo que si nosotros, que un escocés, se le ocurriera armar un museo del mate en Escocia", asegura que le dicen entre risas sus amigos.

Y es cierto: en un país sin esencia whiskera, considera que lo que ha logrado es realmente "una epopeya" a la que ha dedicado toda una vida pero que, a cambio, le ha devuelto "muchas satisfacciones".

Entre sus logros se encuentra también haber elaborado un agua creada especialmente para el whisky que se exporta a Escocia, promover quince fiestas nacionales entorno a esta bebida alcohólica generada por la destilación de malta fermentada de diversos cereales y envejecida en barriles de madera. Una madera de la que además presume orgulloso, pues son las tablas de roble de su querida Galicia las más deseadas entre las principales firmas de whisky de las Tierras Altas de Escocia.