A Tornatore se le pueden reprochar muchas cosas pero, desde luego, nadie podrá negarle que aborda sus películas con una pasión desbordante. Que esa motivación desaforada se corresponda con unos resultados a la altura de las pretensiones es harina de otro costal.

Y en "La correspondencia" se da esa circunstancia, finalmente incómoda para el espectador que se da cuenta desde el principio (lo mejor de todo: ese encuentro intenso y fugaz entre la pareja, ese pasillo de hotel con puertas cerradas como lápidas, ese instante de pausa ante una de ellas) de que Tornatore tiene entre sus planos una historia muy querida por él, y sin duda atrevida en su planteamiento hasta rozar la temeridad. Por eso su fracaso es admirable por un lado (viva el atrevimiento) pero decepcionante por otro porque propuestas tan kamikazes no se pueden enjaular en un guión tan errático, tan reiterativo, tan absurdo en demasiadas ocasiones

¿Señales del destino en forma de perros lastimeros y aves errantes? ¿Un amor más allá de la muerte? ¿Un plan informático que intenta coquetear con la inmortalidad? La idea inicial es prometedora pero Tornatore la resuelve con un triple salto argumental del que sale maltrecho.

Pero, con todo, La correspondencia merece respeto por los esfuerzos de Kurylenko en un papel dificilísimo, por el carisma de Irons (en versión original, mejor) y por algunos momentos que cargan las imágenes de auténtica y contagiosa emoción.