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LA ESPUMA DE LAS HORAS

Waugh, entre el gozoso cinismo y el aburrimiento trascendental

Número uno de su generación, el escritor llegó a decir que sin ayuda sobrenatural difícilmente sería un ser humano

Evelyn Waugh.

La muerte pilló hace cincuenta años a Evelyn Waugh con un puro encendido. Su indomable caracter tampoco había cedido y se mantenía candente. Graham Greene había escrito que lo que más le gustaba de él era su propensión a decir las cosas amables a espaldas de uno. Su amistad no sólo era un consuelo y un estímulo, sino también un desafío. Los últimos años de Waugh se caracterizaron por una dramática disminución física y mental, con períodos de locura y fuerte dependencia de los medicamentos recetados.

Waugh (1903, Hampstead-1966-Combe Florey, Reino Unido) fue el mejor escritor de su generación y uno de los grandes prosistas satíricos en inglés del siglo XX. Sin embargo, su abominable carácter y, a veces, insufrible esnobismo, le llevaron en el camino de vuelta de una visión cínica, proyectada en sus mejores novelas, a un aburrimiento posterior bastante contagioso para el lector. La mujer con la que mayor correspondencia mantuvo, la escritora Nancy Mitford, le preguntó en una ocasión cómo podía comportarse de manera tan detestable con los demás considerándose a sí mismo un católico practicante. Y Waugh le respondió: "No tienes idea de cuánto más repugnante sería si no fuera católico. Sin la ayuda sobrenatural difícilmente se me podría considerar un ser humano".

En su caprichosa y desconcertante personalidad existe la certeza de que su mejor literatura tenía un destinatario que se esfumaba en el decorado prebélico, a la vez que en los children of the Ritz, generación de la que formaba parte. De ese tiempo sentimental y cínico son "Decadencia y caída" (1928), "Cuerpos viles "(1930), "Merienda de Negros" (1932) y la divertidísima "¡Noticia bomba!" (1938), sobre el azaroso mundo de los corresponsales y los periódicos. Waugh aprovechó su experiencia personal: no en vano The Times lo había enviado en 1930 a cubrir la coronación del emperador de Abisinia, el Ras Tafari, llamado también Haile Selassie I, rey de reyes. Su primera impresión de Adis Abeba fue que era una ciudad tan nueva que todas las casas estaban sin acabar.

Después, ya por su cuenta, prosiguió un periplo por África que dio lugar al desternillante libro "Remote People". "Me encontraba en Aden por puro infortunio, y no esperaba que me gustase. De hecho, tenía una imagen mental bastante clara de cómo sería: un clima con fama de corroer todo intelecto o iniciativa; un paisaje desprovisto de cualquier tipo de vida o vegetación; una comunidad, llena de plácida autoestima, típica en parte de la Welwyn Garde City, y en parte de los bares del Trocadero; conversaciones plagadas de deprimentes términos comerciales entre los hombres, y de ásperos comentarios esnobs entre las mujeres. Lo comparé, enfadado, con el encanto y la rica belleza que esperaba hallar en Zanzíbar. Qué equivocado estaba", escribió. Welwyn Garden City sigue siendo la idílica ciudad jardín del condado de Herfordshire diseñada por Louis de Soissons en los años veinte, y Trocadero, la céntrica zona de compras y ocio en Picadilly Circus. Waugh admitiría más tarde que eran los lugares plagados de sugerencias románticas como Zanzíbar o el Congo los que no le producían emoción, mientras que los que esperaba detestar, Aden o Kenia, eran los que le habían resultado más interesantes.

Anthony Powell lo distinguió como el mejor de su generación así como también su amigo Cyril Connolly, que lo incluyó en una relación como el único humanista sin aprecio por la humanidad. P.G. Wodehouse, con quien uno se podría entretener el resto de la vida, le devolvió su admiración cuando calificó de obra maestra "Decadencia y caída". Waugh se había enfrentado a John Wain, un joven crítico airado, que se encargó de denostar la obra de Wodehouse. "Durante años hice críticas para el Observer. No es que tuviéramos una gran dedicación, pero sí ciertas ideas anticuadas respecto al juego limpio. Una de ellas era que no se podía demoler un libro al menos que se hubiera leído", escribió.

Los dos capítulos de su novela inacabada "Obra suspendida" y el precipitado epílogo con que el autor la salda se tienen como una prefiguración de "Retorno a Brideshead", su mayor éxito literario y también uno de sus libros más queridos pero también uno de los más absurdamente trascendentes.

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