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La soledad del hombre solo

La muerte en un accidente de su mujer transforma en otro hombre a Davis (Jake Gyllenhaal). Ya no es el ejecutivo que trabaja a servicio de su suegro (Chris Cooper), sino que comienza una vida nueva entre el nihilismo y la alucinación. En este estreno de Jean-Marc Vallé ("C.R.A.Z.Y.") se ahonda en la soledad y la identidad de la mano de un Jake Gyllenhaal que se dedica a comerse la función. Con una larga experiencia en interpretar a hombres solos en la sociedad de consumo (pienso en las sobresalientes "Enemy" y "Nightcrawler"), adentrarse en la existencia psicótica de este personaje parece que le resulta facilísimo.

Pues no lo es: en esta crítica a la América corporativa y a la vacuidad de su cotidianeidad, el actor se deja la piel. La interesante propuesta de Vallé, por mucho que sea desigual y que su final desdibuje el resultado, se debe enclavar en muchas de las obsesiones de algunos de sus contemporáneos y en el cine de Paul Schrader, moldeado a partir de nocturnidades masculinas atormentadas.

El viaje de este hombre que busca destrozarse para saber si aún siente algo está hecho de adrenalina y de una extraña fascinación por los perdedores. Ahí aparece Karen (Naomi Watts) y su hijo, con los que forma un terceto bizarro. Quizá eso sea lo más potente de la película: cómo tres personas aisladas se dan sentido juntas, con un encuentro absolutamente casual por culpa de una máquina expendedora de un hospital.

Aunque esté hecha de silencios, "Demolición" suena mucho a muchas cosas conocidas en una sociedad individualista que el protagonista trata de desmontar como si se tratase de un ordenador de una oficina. Vallé entiende perfectamente ese aislamiento y aunque lo cuente con algunas aristas se le agradece su visión sobre la ciudad y este perdedor que se ve atrapado dentro. Evidentemente, si del filme desaparecieran Gyllenhaal y Chris Cooper se perderían muchos enteros. Ellos hacen que nos olvidemos de un mediocre tercer acto y nos quedemos con la epopeya de ese hombre que no se reconoce ni a martillazos.

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