O sea, Sebastián Borensztein, va a hacer usted una película cuyo personaje principal es un piloto que deserta atormentado por haber participado en los vuelos de la muerte, ¿y en vez de mostrar los dilemas del protagonista, la lucha entre la cadena de mando y el deber humano, empieza la historia por su final natural, la huida del militar a un pueblo Dios sabe dónde? Bien, es una opción. En realidad, la otra, la que yo habría preferido, tiene mucho que ver con lo que desde Europa se le exige al cine latinoamericano, al que consideramos una especie de reserva espiritual y sociopolítica de los que usamos la "ñ".

Kóblic es, ante y sobre todo, un western, con su forastero lacónico y misterioso, en perpetua huida, su sheriff tirano e inclemente y la damisela en apuros, sus paisajes desolados y su duelo final. El problema es que Borensztein reproduce los esquemas, asume las convenciones con la devoción absoluta del amante del cine clasicote pero no le insufla nada de vida ni de hondura a las imágenes y quienes las pueblan. En la mirada de Ricardo Darín no vemos al antihéroe solitario sino a un tipo algo insustancial que tiene muchas pesadillas; tampoco su relación con el personaje incorporado con Inma Cuesta logra trascender el ámbito del polvete de desahogo, por más que el primer beso apasionado de ambos se produzca bajo una lluvia tormentosa. Son sólo un par de ejemplos de que lo que Kóblic quiere ser dista mucho de lo que es. Porque cuando se enfrenta a una película como ésta, que bebe de los arquetipos y las formas añejas, es muy fácil caer en la tentación de confundir intenciones con resultados.

Pero la trama es demasiado lineal y repetitiva, el dibujo de los personajes confunde lo conciso con lo soso y falta crepúsculo y sombra en la exposición de todo.