Esta película convierte en héroes de la épica sobrenatural a una pareja de "investigadores" de casas encantadas y posesiones. Para unos eran unos farsantes sacacuartos y para otros gente muy seria. Permítanme que me crea más a quienes dudan de su "reputación". Especialmente en este caso Enfield basado en hechos reales y con el que Warren tuvieran una relación anecdótica, sin el peso brutal que muestra la película. No pasa nada. ¿Acaso Raoul Walsh no hizo del general Custer un prototipo de militar heroico, genial y bondadoso?

A James Wan, que empezó como un estandarte del nuevo cine de terror con Saw similares, donde el miedo se mezcla con el asco a partes desiguales, se ha hecho un nombrecito arrendando casas encantadas donde pasan cosas raras. Las hace a pares, además: Insidious antes o, ahora, Expediente Warren, que amenaza con convertirse en saga si nos fiamos de uno de los finales más relamidos de la historia del cine de terror. Wan, a quien no se le puede negar que salvó de la chatarra Fast & Furious en su séptima y fúnebre entrega, tiene algo del desaparecido Wes Craven: sabe muy bien qué hacer con la cámara casi siempre (y más si el director de fotografía es Don Burgess) pero entre planos tiene un guión calamitoso. Y el de El caso de Enfield, en el que la pareja cambia Rhode Island por la siempre atmosférica lluvia londinense, es un buen ejemplo de acumulación de tópicos y lugares comunes del género. Solo falta ¡miauuuu! Todo lo demás, con aportaciones de El exorcista y sucedáneos, se acumula con insistente entusiasmo a lo largo de unos larguísimos 133 minutos que pide a gritos (o alaridos) un buen recorte.

Wan, listo como las ardillas, sabe que a los aficionados del género les encantan los movimientos sinuosos de cámara por las sombras, que se juegue con la profundidad de campo y esas cosas con las que el minusvalorado Peter Medak hizo cumbre con las casas encantadas: Al final de la escalera. Por no hablar de la obra maestra de Robert Wise que es The hounting, a la que Wan rinde homenaje (o no, vaya usted a saber) con el mejor escalofrío de toda la película, en la que no hay rostros demoníacos ni música que anticipa el susto, solo la referencia verbal a un instante aterrador. No puedo ser más explícito sin que me lapiden por destripador de argumentos.

¿Es El caso de Enfield la gran película que se anuncia desde algunas esquinas? Ni mucho menos. Pero sí es un artefacto de extremada habilidad que despliega sus armas (o sus crucifijos salvadores) con oficio, logrando momentos tragasaliva muy dignos (la sombra infernal que se coloca tras el cuadro que representa su cara maligna, glubs, o el mando a distancia con vida impropia, o ese camión de juguete que...) pero que también se deja arrastrar por la inercia de susto facilón y, como ocurría en la entrega anterior, por una traca final que roza el ridículo en su incongruente desmadre.

Ah, y el momento musical con la canción de Elvis Presley se lo podían haber ahorrado perfectísimamente. porque más que relajar el ambiente lo banaliza.