-¿Por qué se embarcó el Consello da Cultura en una exposición tan ambiciosa y con qué fines?

-Creo que es una forma original de divulgar nuestra cultura, de llamar la atención sobre nuestro patrimonio, especialmente el mueble. La sociedad tiene menos cuidado con él, hay cosas que se venden, se tiran, y esto es una forma de valorizarlo, de decir, esto es importante, no es algo que nos vino caído del cielo, es algo que nos habla a nosotros mismos. Tenemos experiencia en exposiciones pero esta creo que es la más complicada que hicimos en toda la historia del Consello. Es una forma de valorizar el patrimonio gallego y de divulgar nuestra cultura. Aspiramos a que acudan muchos jóvenes, especialmente de colegios, porque Abanca tiene bastante experiencia en eso. Al estar un año, aquí, en Vigo o en A Coruña, espero que sea muy visitada.

-Cultura gallega en primer plano; al fondo, la globalización. ¿Desaparecerá la identidad gallega?

-Lo que tenemos es que cambiarla, probablemente. Que no desaparezca, sino cambiarla. Esta exposición sirve también para ver los contrastes entre una identidad de base rural, comunitaria, un poco religiosa y, digamos, tradicional, con otros elementos que son muy modernos, porque una máquina de coser Refrey o un ordenador IBM o una bata de GOA son elementos muy recientes, pero también nos identifican como pueblo que es capaz de innovar, de adaptarse, de proyectarse hacia el mundo. Esto no es una exposición ideológica, sino que quiere ser amable, pero sin ser insolidaria e injusta con nuestro propio pasado, sino al revés: darle más valor a ese pasado, pero no un valor que nos ate, sino un valor que nos dialogue.

-¿Por qué estos objetos?

-Podían ser otros. Esta es una propuesta y podemos aprender de la experiencia. Sí consideramos no escoger objetos básicamente etnográficos. Hay un ferrado, pero un ferrado define las relaciones entre las personas durante siglos. Es decir, no está excluido el valor etnográfico, pero no queremos ser pasadistas en el sentido de ser un poco nostálgicos del mundo que perdimos. Creo que hay que pensar en el mundo que vamos a ganar, no en el mundo que perdimos. Pero en el mundo que vamos a ganar tiene que haber también los objetos y materiales del mundo que perdimos. No lo podemos abandonar, pero no podemos estar como una estatua de sal mirándolos, sino que tenemos que transformarlos y dialogar y que sea algo útil y atractivo para nosotros y para el futuro. Esto en el fondo es la idea que queremos transmitir.

-Dijo que buscaban ofrecer una visión popular y menos heroica de la cultura gallega. ¿En qué sentido?

-No es una exposición para ver los grandes fastos de una nación porque realmente no tenemos, y no es ninguna limitación no tener eso. Nuestra sustancia histórica es más popular, más eclesial, más comunitaria, y tenemos que ser conscientes de eso y sacarle provecho. No tenemos grandes batallas ni ganamos guerras porque tampoco fuimos a ellas, ni tampoco hay grandes príncipes. El príncipe más importante que hubo en Galicia fue Xelmírez, que era un arzobispo, no un guerrero. Pues eso yo creo que hay que meterlo así. Creo que esta exposición también refleja esa variante más comunitaria y más popular, sin ser de bajo nivel. Porque una olla de alfarero es tan elegante como un diamante.

-¿Cuál es su pieza favorita?

-Si tuviera que escoger, elegiría como simbólica la bandera del Consello de Galicia, porque une el esfuerzo de los emigrados, la tradición republicana, el autonomismo y a un personaje como Castelao.

-El Consello está digitalizando el patrimonio de los centros gallegos del exterior. ¿Con qué fin?

-Evitar que se pierda y ponerlo a disposición de los investigadores. Pero no lo queremos preservar para guardar en un cajón o un museo, sino para revalorizar el hecho, no solo de la emigración, sino de la relación de los gallegos con el mundo. Porque somos mucho más globales de lo que parece y hay gallegos en todas partes y que además lograron mantener de algún modo su propia percepción e identidad de gallegos.