Juan Carlos Pérez Gil entró en la Armada en 1999, con 18 años recién cumplidos porque creía que era una buena oportunidad laboral. Pero pronto descubrió que había encontrado su vocación. Este bilbaino, pero coruñés de adopción -vive allí desde los 10 años- empezó su carrera en la Escuela de Especialidades de la Estación Naval de A Graña (Esengra) en Ferrol donde se convirtió en marinero profesional especialista en maniobra y navegación y desde este puesto en el buque de desembarco Pizarro estuvo destinado a misiones internacionales de la OTAN como el apoyo a las tropas en los Balcanes o el envío de ayuda humanitaria al de terremoto de 2004 en Haití. Desde 2006 ejerce como cabo primero en el patrullero Tabarca y además de la navegación, en él recae la responsabilidad sanitaria en los controles de tráfico mercante, de caladeros de pesca, narcotráfico o inmigración ilegal que realizan en sus travesías.

El Ejército no solo le ha dado la oportunidad de tener esta trayectoria profesional sino que también le hizo su mayor regalo a nivel personal: en esta profesión conoció a su mujer, que es sargento contramaestre, y en agosto tendrán a su primer hijo. Y se muestra encantado de que ella mande en el trabajo y en casa porque, dice: "lo hace tan bien que es el mayor orgullo para mí". El 12 julio de 2014, cuando venían del acto del ascenso a sargento de su mujer y circulaban por la A-66 (de Gijón a Sevilla) se encontraron con un coche en el arcén y a un hombre y a una mujer fuera mientras él gritaba con una niña en brazos: "¡Mi hija se muere!". Los suegros de Pérez Gil venían en otro vehículo detrás y su suegro se encargó de señalizar el lugar con un triángulo mientras su esposa llamó al 112 y tanto ella como su madre trataron de tranquilizar a los padres de la pequeña. Mientras, el militar cogió su botiquín personal, cogió a la niña y volvió a su coche para comprobar que tenía pulso.

El siguiente paso era que la temperatura de la pequeña, que seguía sin reaccionar, bajase. Y el tiempo no ayudaba porque hacía 39 grados. Con varios estímulos, con compresas húmedas en agua y alcohol y con ayuda de la ventilación del vehículo logró que la niña por fin reaccionase. La emoción les invadió a todos. Esperaronla llegada de los servicios médicos, que agradecieron a Pérez Gil su intervención.

Debido a la tensión del momento ambas familias no intercambiaron sus teléfonos y al militar se le había quedado esa "espinita" y por eso se le ocurrió llamar al hospital de Mérida, cerca de la zona donde se produjo el accidente para interesarse por la recuperación de la niña y a los pocos minutos recibió la llamada de la madre dándole de nuevo las gracias. Blanca, que tenía tres años cuando Pérez Gil la salvó, dejó el hospital a los tres días y desde entonces mantiene el contacto con su héroe.