El mítico Studio Ghibli se despidió con El recuerdo de Marnie, una película de animación de las que ya no se hacen, pura artesanía que proporciona un placer especial al espectador que busque algo distinto. Y es que la belleza de las imágenes es tan abrumadora que es inevitable pasar por algo los defectos de una historia un tanto alargada y en ocasiones demasiado explicativa.

Pero por encima de esos peros hay que valorar la elegancia pausada (más apropiada para un público adulto) de la realización, una atmósfera dickensiana de orfandades y traumas y, sobre todo, la creación de dos grandes personajes, esas dos amigas entre las que se establece un vínculo irrompible. Tristísima, que no amarga, una película de lágrimas y pocas sonrisas para disfrutar sin rubor.