"Solo pido que se me trate con un poco de humanidad, que sean conscientes de que la gente se da cuenta de sus errores y que trata de enmendarlos. Y sobre todo pido que sean justos". Es la súplica que hace José Emilio Suárez Trashorras, el exminero condenado a 34.715 años de prisión por proporcionar la dinamita empleada en la matanza del 11-M, en una carta enviada a "La Nueva España", periódico de Editorial Prensa Ibérica, grupo al que pertenece FARO DE VIGO, desde la cárcel de El Dueso (Cantabria). Lleva doce años en prisión y su abogado, Francisco Miranda Velasco, acaba de solicitar que se sustituya su condena por la de prisión permanente revisable, curiosamente "menos gravosa", ya que le permitiría disfrutar de permisos carcelarios desde este año y obtener el tercer grado penitenciario en 2024.

A pocos días de cumplirse doce años del mayor atentado terrorista vivido en Europa, Trashorras reivindica que es un hombre nuevo, que trata de reparar el daño. "Asumo todas y cada una de mis responsabilidades, pero muchos otros no las han asumido aún sabiendo la Administración de Justicia quiénes son. Dentro de mi corazón no hay el mínimo atisbo de rencor o sed de venganza. Me encuentro en un proceso personal de evolución hacia la madurez. Hace años leí un libro de una publicación cristiana que se titula Libre entre rejas y así me encuentro ahora mismo: he encontrado esa libertad espiritual acercándome a Dios, toda aquella ansiedad y vacío que me provocaba la vida que llevaba en la calle han desaparecido", escribe.

Trashorras cuenta detalles de su vida en prisión, cómo trata de educarse. "El día a día es un progreso y evolución constantes. Acudo a diario a mi clase de técnico en producción agropecuaria, para poder sacarme un grado medio. También he cursado un módulo de informática con un resultado muy favorable. Acudo varias veces por semana a clases de inglés, donde ya me encuentro en un nivel medio-alto, y practico a diario deporte en el gimnasio del módulo. Aunque me matriculé en el curso de entrenador de fútbol, el director del centro no me lo autorizó", se lamenta.

El hombre que paga, con Jamal Zougam, la mayor pena de cárcel por terrorismo, abre su corazón en esta carta. "Una de las cosas que me hicieron recuperar cierta paz interior fue cuando hace ya muchos años le comenté a mi abogado la necesidad de hablar directamente con las víctimas, expresarles mis sentimientos, mostrarles mi arrepentimiento y, ¿por qué no?, pedirles perdón, algo que sentía que debía hacer", confiesa.

"Por fin, en el año 2013, una víctima directa del 11-M se decidió a reunirse conmigo. Yo solo tenía una preocupación que me producía mucha ansiedad en los días previos al encuentro, y era hacerle saber que jamás había sido mi intención provocarle ni a él ni a nadie ningún daño, decirle que yo no era un asesino, pues así lo siento, preocuparme por su estado de salud y sobre todo pedirle perdón". Añade que considera "un deber moral" la asunción de responsabilidades, y que jamás ha pedido ningún beneficio penitenciario. "Más bien he renunciado a cualquier contraprestación", dice. Y trata, en cierto modo, de justificarse: "Nadie puede llegar a saber qué siente una persona de una localidad pequeña en una provincia al verse envuelto en algo como el 11-M. No digo que yo no viviera en una frontera peligrosa, como es vivir de la delincuencia, pero jamás pensé verme involucrado en algo así. Todo esto me queda muy grande".

También habla de las víctimas del atentado. "Si estuviera dentro de mis posibilidades, me reuniría con todas y cada una de las víctimas, con sus familiares y amigos, trataría de reconfortarlos, responder a todas aquellas preguntas para las que hoy no tienen aún contestación. Llevo mucho sobre mi conciencia, pero solo pido que se me permita demostrar que soy una persona diferente y que trato de ser mejor persona cada día. No sé si alguien como yo llegará a poder perdonarse, pero debo vivir a diario con ello".

Y hace referencia a la reciente muerte de su madre. Trashorras pudo encontrarse con ella una última vez, en lo que fue su primera salida de la prisión. La dirección de la cárcel le ofreció la posibilidad de asistir a su entierro, pero declinó: "Soy poco dado a espectáculos", indica, al tiempo que afea que los medios de comunicación acudiesen al sepelio y no se respetase "algo tan íntimo".

La pérdida de su madre, asegura, le ha acercado a las víctimas. "Ahora sé lo que es tener un familiar enfermo y acabar perdiéndolo. Puedo empatizar con las personas que han perdido un ser querido", cree. No obstante, quiere resaltar que ese proceso se inició hace ya tiempo. "Desde hace muchos años he intentado ponerme en el lugar de las víctimas del 11-M, saber qué podrían sentir y qué podría hacer yo por ellas. Mi deuda con ellas será eterna", asegura.

En la carta también hay lugar para el reproche:"De mí se han dicho auténticas barbaridades, desconociendo cómo soy. Se ha creado una figura mediática que no se corresponde con la realidad, y cualquier persona que haya tratado conmigo mínimamente podría decir que ha quedado gratamente sorprendida".

También censura a quienes han buscado protagonismo con aquel terrible atentado. "Supongo que cuando Gabriel Montoya Vidal ('El Gitanillo', 'El Guaje', el menor implicado en la entrega de la dinamita de los atentados) vendió las fotografías realizadas en un lugar tan íntimo y privado como era mi casa se le olvidó dar la 'pequeña' exclusiva de que él participó en el robo de los explosivos de Mina Conchita y que no fui yo, sino Jamal Ahmidan, "El Chino", el que le pagó por aquel trabajo. Pero supongo que por aquellas fechas sufría de amnesia selectiva igual que el día del juicio oral, cuando dijo en la sala más de cuarenta veces 'no sé, no lo recuerdo'. No es mi intención hacer un alegato de inocencia. La justicia tuvo su tiempo y se ha pronunciado. Solo pido poder llevar mi vida dentro de una mínima normalidad", suplica.

Ése es el objetivo del abogado de Trashorras, Francisco Miranda, que ahora trata de que se cambie su actual condena de 34.715 años por la de prisión permanente revisable. En el primer caso, accedería al tercer grado una vez cumplidos 32, y a la libertad condicional, a los 35. Con la prisión permanente revisable, ese límite se rebajaría a los 20 años. Para Miranda está claro por qué Trashorras debe salir de prisión. "Emilio es un enfermo mental diagnosticado de esquizofrenia paranoide, trastorno límite de la personalidad, trastorno antisocial, trastorno psicótico y trastorno por abuso de sustancias, sin olvidar que tiene una incapacidad permanente absoluta", remarca.