Manso y rutinario drama médico sobre los daños del fútbol americano, dirigido sin garra y con un Smith poco creíble

Es posible que Concussion (perdonen pero me niego a usar de mano el ridículo, engañoso y bobo título español de La verdad duele) hubiera mejorado mucho si Denzel Washington la hubiera interpretado hace... no sé, veinte años, con su solidez y convicción habituales. Seguro que sería mucho mejor si tras las cámaras se hubiera puesto Michael Mann o David Fincher (sobre todo el primero, recordemos que hizo El dilema, aquella obra maestra de denuncia contra la industria tabacalera y sus prácticas de acoso y derribo contra quienes les tosían, con periodistas íntegros de por medio).

Pero, sobre todo, sería más interesante, valiente y bien estructurada de haber llamado a un guionista como Eric Roth o (hay pocos más) similares. Pero, ay, Concussion tiene al frente del reparto a un Will Smith que se esfuerza mucho con el acento nigeriano (en España poco importa y en EEUU no ha convencido) a ver si por fin le cae el "Oscar". Pues va a ser que no. Smith es un buen actor cuando se pone dramático (lo demostró en Ali, hace ya lustros) pero aquí su personaje está sepultado bajo capas y capas de santidad, un Quijote indesmayable que se enfrenta a quien sea en su cruzada para demostrar que los golpes brutales que reciben los jugadores del fútbol americano son causa de graves lesiones cerebrales que, en los peores casos, degeneran directamente en locura destructiva. Su personaje es tan unidimensional, tan esquemático, tan bondadoso al cien por cien y tan pluscuamperfecto en todos los sentidos que el empacho es inevitable y, por momentos, cargante. Habría que añadir, además, que Smith es, con Tom Cruise, uno de los actores menos creíbles de Hollywood en las escenas de amor, y aquí lo vuelve a demostrar.

No es que ayude mucho el director, que en Parkland logró arruinar un buen punto de partida. Aquí copia descaradamente algunas tretas visuales de la escuela de Michael Mann (esos planos esquinados de ojos, momentos de furia sin más sonido que la música...) para ocultar su falta de rigor narrativo. Lo peor de todo, en cualquier caso, es la cobardía de la película, ese tirar la piedra y esconder la mano que convierte su afán de denuncia en un quiero y no puedo y lo que se anunciaba como un ataque valiente para sacar a la luz los peligros para la salud que tiene el deporte nacional se queda en un pellizquito. Eso sí: lo que queda muy claro es que el personaje de Will Smith se ha convertido con todas las de la ley en un prototipo de americano perfecto. Enhorabuena, hombre.