La imponente personalidad del pintor, no era ajena para su modista. María Soto, seguía a través de los medios los éxitos y avatares del cliente a quien nunca pudo estrechar la mano. Admiraba su obra y a la hora de hacer vainicas en lugar de costuras, para que las prendas fuesen tan leves como las de un bebé, imaginaba que su trabajo bien hecho servía para hacer feliz al personaje que admiraba y que le pagaba 104 pesetas por cada pieza.