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El sueño americano y otras idioteces

Narración pastosa que solo interesa en el revoltijo inicial de presentación de personajes

Jennifer Lawrence, en "Joy".

En 1996 se estrenó una comedia de apariencia indie, "Flirteando con el desastre", que combinaba la ligereza humorística de la generación X con Mazursky o los trabajos como director de Alan Alda, que formaba parte del reparto casi de guiño definitivo. La dirigía David O. Russell y desde entonces su carrera comenzó a ser oscarizable hasta fraguar con las terribles "The fighter" o "La gran estafa americana". Se veía venir que le tocaba más mainstream aún y ha llegado a él con "Joy", una fábula americana y protestante. La protagonista, Joy (Jennifer Lawrence), inventa una fregona que, por lo visto, es la leche y, claro, como está en la tierra de las oportunidades y se esfuerza mucho, pues triunfará. No como otros, que ni piensan, ni se esfuerzan. Ya arranca el metraje avisándonos de que se trata de homenajear a todas las mujeres como Joy. ¿Cuántas hay? ¿Existen estadísticas? A mi, que estoy mucho más interesado en los que se quedan por el camino y pierden que en los que ganan, la cinta de Russell solo me importa durante esa especie de revoltijo inicial, casi onírico, de presentación de personajes. Un batiburrillo del Medio Oeste americano donde hay madres encamadas, padres caraduras, un ex del que no te puedes librar o un salvador, un oportunista, un Díaz Ferrán de la vida (Bradley Cooper), que la ayuda a que su fregona se conozca.

A partir de la primera parte del filme, la narración se convierte en algo tan pastoso que solamente los trucos visuales del cineasta nos permiten permanecer estables delante de su apología de esa bazofia que han dado a conocer como "Sueño americano" y que, por ejemplo, Vince Gilligan ha tratado de destruir en ese reverso tenebroso, e infinitamente más interesante de "Joy", que se llama "Better call Saul". Frente al esfuerzo y a la ganadora, hay que apostar por el esfuerzo y el perdedor, que es lo que suele ocurrir en el mundo mundial, donde existen las clases sociales y no los sueños americanos o filipinos. Quizá solo me reconcilie con lo que cuenta Russell, y probablemente sea de forma involuntaria por su parte, al comprobar en lo que se convierte la protagonista cuando triunfa: una "white trash" ("basura blanca") rica más. Nada gloriosa, con mucho dinero y un cardado digno de Ana Rosa Quintana. Eso sí, muy esforzada.

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