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En la cuerda floja

Media hora final espectacular que provoca vértigo salva una función en su mayor parte previsible e insulsa

No es difícil imaginar a Robert Zemeckis con los ojos húmedos rodando la escena en la que le dicen aun esforzado Joseph-Gordon-Levitt: "Nunca te rindes, ¿verdad?" Y_él contesta algo así como "no, soy persistente". Y es que resulta obvio deducir que la historia del equilibrista (artista del abismo para unos, chiflado integral para otros) le tocó la fibra sensible a un director que, sin salirse nunca de las corrientes más comerciales de Hollywood, se ha embarcado siempre en proyectos poco convencionales e, incluso, descabellados. Con una idea fija en la mente: sí, vale, voy a servirme de los efectos especiales todo lo que pueda y más, pero siempre al servicio de historias sobrehumanas, siempre con el drama íntimo en primer plano, siempre con una singularidad dramática como motor de la acción. Y_la emoción. Y eso va por sus mejores películas: Forrest Gump, Náufrago, Contact, La muerte os sienta tan bien, Regreso al futuro o, incluso, la infravalorada Beowulf. Que no son perfectas, que siempre fallan en algo, pero que proporcionan sobrados momentos de gran cine.

Esa pasión por las posibilidades tecnológicas con las que Zemeckis juguetea siempre con una elegante puesta en escena (incluso en sus peores títulos) vuelve a hacer acto de presencia en El desafío, y lo hace a la inversa de lo que sucedía en su anterior El vuelo: si en la historia de auge y caída de un piloto de aviación heroico el derroche digital se concentraba en un arranque impactante tras el que llegaba un lento desplome, ahora Zemeckis ofrece media hora final impresionante (conviene verla en 3D, que aquí sí tiene una función necesaria para que el espectador sienta el vértigo en el cuerpo, incluso con riesgo de mareo) con el equilibrista yendo y viniendo por el cable de una Torre Gemela a otra con un grado de tensión notable (aunque sepamos que no se va a caer). Es una secuencia que, salvo el ridículo, momento en que aparece una gaviota cual espíritu santo bajado del cielo, demuestra el talento de Zemeckis para extraer todo su jugo al momento. Por desgracia, y salvo un entrañable comienzo en blanco y negro (con toques de color rojo que recuerdan a La lista de Schindler, va por ti, amigo Spielberg)e, el resto de la película es bastante soso y el protagonista acaba resultando cargante con tanta reflexión pseudoartística (aunque la idea de que cuenta la historia desde la Estatua de la Libertad tiene gracia), rodeado además de un equipo de colaboradores a cual más insulso, incluida la novia. La película se ha dado un tortazo considerable en la taquilla de Estados Unidos: aunque contenga una declaración de amor por las entonces recién construidas Torres Gemelas, los americanos aún no están preparados para verlas en la pantalla, doradas bajo un sol que aún no se había oscurecido para siempre.

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